Título: El “no empleado” y el sufrimiento de la negación
El peso del cuerpo del muerto tensaba la cuerda color caramelo. En uno de sus extremos tenía el nudo que apretaba la garganta, la otra punta colgaba de la escalera de hierro forjado a la cual estaba atada. Nadie quiere encontrarse con esa escena, menos a las siete de la mañana cuando se ingresa al lugar de trabajo. Así le sucedió a la empleada municipal que llegó a la Dirección de Patrimonio. En esa jornada no tuvo el habitual saludo del guardia de seguridad. Encontró la oficina vacía.
Llamó al guardia por su nombre, al no obtener respuestas, comenzó a buscarlo por cada una de las dependencias de la antigua casona. En un momento notó que estaba despejado el acceso a la escalera que lleva al pequeño sótano. Alguien había corrido los muebles que dificultaban el acceso a la misma. En un primer momento, vio la soga, cosa que no le hizo saltar ninguna alarma interna. Estiró su mano para apoyarse en la escalera de hierro al mismo tiempo que levantaba su pierna derecha para dar el paso hacia el primer escalón. Fue ese el instante en que sus ojos descubrieron el cuerpo del compañero de trabajo que había tomado la decisión de suicidarse.
Primero fue una mezcla de sorpresa, horror e incredulidad revolcándose en su cabeza, mientras desde el pecho iba asomando una angustia imposible de contener. Luego vino el llamado telefónico y la búsqueda de palabras para contar el hallazgo. Salió al jardín, frente a la casona, más llamados a distintos funcionarios que no registraban lo horroroso de la situación. Pronto llegaron los móviles policiales y tuvo que mostrar dónde estaba el cuerpo, como también responder algunas cuestiones de rigor. Gente que iba y venía, y ella sentada sin entender mucho lo que sucedía. Se llevaron el cuerpo y le dijeron que se fuera a su casa.
En esa primera reunión accidental, en el jardín de la casona, comenzaron a surgir los interrogantes acerca de qué lo llevó a tomar la decisión. Algunos especularon con cuestiones muy personales, otros con una enfermedad crónica, quizás problema de dinero. Una autoridad presente opinó “claro, ya decidido, aprovechó hacerlo aquí que no había nadie que lo molestara, estaba sólo en el turno”. Todos pensaban lo que había pensado el muerto, o creían pensar los caminos por los cuales había transitado su mente antes de su último minuto de vida.
Luego de unas breves diligencias la policía se llevó el cuerpo, la soga y un par de otras cosas. Quedó, colgado de una silla, un bolso con una computadora que a los días desaparecería misteriosamente. Al siguiente día hábil la oficina volvió a abrir y los trabajadores a cumplir, como pudieron, con sus tareas. Cerca del mediodía el jefe pasó a tomar un café y preguntó si había algo nuevo. Habló poco del muerto que, según la opinión que él compartía, había aprovechado la soledad de su lugar de trabajo para matarse con comodidad, sin que nadie lo molestara. Se compadeció de la situación de esa persona que decidió eso, no fueron mucho más allá sus comentarios. Nadie se preocupó por lo que podía pasarle a quienes habían perdido un compañero de trabajo, en las circunstancias descritas. Sólo el jefe preguntó a la mujer que lo había hallado ¿estás bien, no? Ella respondió que sí, la procesión iba por dentro. En lo único que el jefe se detuvo fue en aclarar que el muerto no tenía nada que ver con él, que sólo hacía seguridad y que no era empleado municipal, que en realidad era un “facturante” o “un prestador de servicio” y, en ningún momento, empleado municipal.
Salvo los compañeros de trabajo, nadie se preocupó por las razones por las cuales Juan se suicidó en su lugar de trabajo y no en otro lado. Quién sabe si hubiera servido de algo preguntarse eso, o si se hubiera podido conseguir una respuesta más o menos acertada. Pero nadie se lo preguntó. Los funcionarios parecían satisfechos con la explicación de que hacerlo allí le había quedado “más cómodo”. Para ellos la muerte quedó como un hecho al que había que aislar, desvincularlo de la administración municipal. Para el municipio el muerto debía ser desconocido y que, por favor, nadie creyera que tenía vínculo laboral con el Estado local. Alguien dijo que generalmente la gente no se suicida por algo en particular, que más bien tiene que ver con situaciones de sufrimiento más prolongado, con desequilibrios.
Todos sabían que Juan era jubilado y para engrosar sus flacos ingresos comenzó a trabajar en el municipio oficiando de guardia de seguridad. Por varios años cumplió esta tarea, pero nunca fue designado empleado. Mentir la relación laboral es algo habitual en la administración municipal, algo que recrudeció hace más de veinte años. Así se dan sin tendidos como, por ejemplo, por veinte años seguidos, cada tres meses renovar contratos por trabajos temporales. En el caso de Juan no había contrato escrito y cada mes, presentaba una factura por los servicios prestados. De allí que los funcionarios decían que era un “prestador de servicios” o “facturante” aunque todos sabíamos que en realidad era un compañero de trabajo. Fraude laboral, lo supo denominar un abogado en una conferencia que dictó al respecto.
A Juan, cumplía con todas sus tareas, pero igual el Estado no lo reconocía como empleado con derechos. Es decir, no tenía reconocidos sus derechos a licencia por enfermedad, vacaciones anuales, pago de aguinaldo o cobertura de seguro por accidente en el lugar de trabajo. Como su sueldo dependía de que, cada mes, le aprobaran la factura quedaba en un estado de vulnerabilidad total ante sus superiores que podían despedirlo sin complicación alguna. Y si quedarse sin trabajo lo tiraría en un foso de angustia, estar bajo una relación laboral precaria era sentirse parado al borde del abismo. Cualquier malhumor de su jefe directo podía empujarlo al vacío del pozo. Por eso aceptaba los cambios repentinos de turno, que le pidieran que armara alguna reunión política; tener que trabajar alguna hora más sin que se la pagaran; no hacerle caso a su malestar físico y tener que trabajar estando enfermo; no poder opinar libremente en sus redes sociales, la lista podría seguir casi hasta el infinito.
Pocos días después del suicido de Juan, el jueves 9 de agosto de 2018, en el Salón Blanco del edificio central de la administración municipal las autoridades hicieron una reunión con “facturantes” de seguridad. Uno de los temas principales que se trataron en el encuentro fue qué relación mantenían con el municipio. Las autoridades, entre las cuales había un exsindicalista, dedicaron mucho esfuerzo en aclararles a los presentes que de ninguna manera eran empleados municipales. Nadie habló del suicidio de Juan, nadie dijo que se había matado en su lugar de trabajo. Las autoridades sabían que ya no hacía falta decir que el muerto había sido un “no empleado municipal”. Nadie se preguntó si las condiciones de trabajo producen sufrimiento.
Jesús Chirino -Trabajador Municipal en el Archivo – Villa María – Pcia. De Cordoba
Relato 15° Concurso Sin Presiones “Expresión escrita la salud de los trabajadorxs” Organizado por el Instituto de Salud Laboral y Medio Ambiente (ISLyMA) – Córdoba – 2024
El jurado expresó: Situaciones laborales injustas. “Nadie se preguntó si las condiciones de trabajo producen sufrimiento”. Relato que pretende demostrar como las condiciones laborales pueden provocar sentimientos de injusticia, de angustia en quien las vive y en quienes lo rodean.