Relato del 15° Concurso “Sin Presiones” Expresión Escrita de lxs Trabajadorxs

Título: Aquella jueza

 

Obra de Doris Salcedo

Obra de Doris Salcedo

Nunca llevé el trabajo a casa, ni permití que se filtrara en mis pensamientos fuera de la oficina. Aprendí a desconectarme al salir. Si los sistemas fallaban o las computadoras se tildaban me quedaba hasta resolverlo, luego todo el tiempo era mío. Siempre me puse la camiseta de la empresa y la transpiré a conciencia, pero no les entregué el alma. Primero en un banco, luego en una automotriz y por último en tribunales. Desconectarme fue mi manera de conservar la salud. Una vez en la calle se abría el mundo, cruzaba la plaza de la intendencia y dejaba que los problemas durmieran encerrados en el subsuelo del histórico edificio. Pero la empatía me puso una trampa y un día algo se me pegó como la mermelada a los dedos.

Almorzábamos en familia renovando el ritual cotidiano, ese era nuestro momento, aunque aquellas milanesas tenían gusto a nada. Mi cuerpo estaba sentado a la mesa y un hilo invisible me retenía en tribunales. Mastiqué con la precisión de la maquinaria programada para alimentarme y tragué sin saber que lo hacía. Aunque no pude ignorar la mirada de Patricia, mi esposa, que esperaba un comentario. Cocinó pensando en lo que me gustaba y se dio cuenta de que algo me pasaba, pero no me atreví a ponerle palabras a la angustia y la rabia. Hice un esfuerzo, fueron muchos años de apagar la memoria junto con el monitor de la compu y, para mi fortuna, la gimnasia aprendida retornó para amortiguar las voces en mi cabeza. Prendí la tele, hice zapping y me enganché con los goles de la Champions, mientras felicitaba a Patricia por el flan de huevos. Un gesto estudiado para suavizar el silencio macizo que se agigantaba con cada bocado. Aunque todo resultó inútil, la sobremesa se deslizó jabonosa hasta el invariable: «¿te pasa algo?».

La salida fácil fue achacarle toda la responsabilidad al cansancio y con esa excusa me fui a dormir la siesta. Además, pensé, un sueñito nunca viene mal sobre todo cuando dentro de la cabeza rondan pensamientos aciagos. Para ayudar al descanso acompañé las milanesas con un rico malbec y antes de levantarme de la mesa ya sentía el llamado del catre. Parecía un día perfecto para la siesta, el aire apenas fresco, arropado bajo el cubrecama con el calorcito justo. Eso pensé, pero la realidad me atropelló mientras dormía. Debo haber completado un ciclo REM porque soñé mucho y abrí los ojos sabiendo que la causa del niño mutilado por la máquina niveladora se había colado en mi sueño y una voz insidiosa reclamaba justicia. Su carita se había deslizado entre los pliegues de la fantasía y el recuerdo para mostrarme lo que enfrentaría el día siguiente. Instalado en mi conciencia machacó que por la mañana no podría negarme al reclamo de la jueza que lo maltrataba. Me dije «maltrataba» para quitarle dramatismo a las imágenes del informativo en la tele.

Las noticias del día anterior presentaban a la honorable magistrada en su despacho, escondida detrás de aquellos enormes anteojos de miope. Frente a la insistencia del entrevistador declaraba que la empresa constructora, culpable del accidente, se encontraba imposibilitada de afrontar en efectivo la reparación impuesta, razón por la cual había autorizado el pago en especies. La enfocaron en un primerísimo plano, atrincherada en su escritorio de roble, respiró profundo, se acomodó los lentes y sin titubear aseguró que había actuado «conforme a derecho».

La cámara regresó al movilero que reveló el nombre de la influyente y poderosa empresa en cuestión. Las imágenes recorrieron con demorada parsimonia el Palacio de Justicia, parecieron entretenerse en algunas hojas secas arremolinadas sobre la vereda y luego un zoom desenfocado se acercó a la madre del niño mutilado. La mujer encadenada a las puertas del edificio de tribunales gritaba su desesperación. «Cuéntenos su versión», la invitó el periodista, mientras se agachaba para acercarle el micrófono. El diálogo se hizo confuso hasta que, tomando distancia de la mujer el periodista, miró a la cámara y con voz engolada ordenó los hechos. «La empresa responsable del siniestro, para compensar la pérdida de una pierna del niño, ofrece un viejo camión volcador. Esa sería toda la indemnización y allí concluiría la responsabilidad, según ha dictaminado la jueza en lo civil que entiende en el caso». La cámara regresó a la madre y se retiró con un paneo por las escalinatas pobladas de curiosos.

Alguna vez atendí las computadoras de ese juzgado y aquellos anteojos regresaron. La recordé igual que en las noticias: el mismo cuerpo enjuto envuelto en ropas grises, hasta imaginé un olor a cosa vieja. El sueño de la siesta me había hecho revivir que todo puede ser peor, porque durante la mañana me había llegado la orden de revisar su computadora. Inmóvil, mirando el techo, durante un momento creí escuchar su voz en la tele con ese tono de superioridad que me había indignado la noche anterior.

Aquella mañana, cuando había entrado el pedido de asistencia y reconocí que el juzgado del reclamo era el de la «maltratadora», tomé el arrugado cuaderno que me servía de ayuda memoria y, cuidando de no perforar la hoja con la birome, anoté la tarea. Consideré la posibilidad de abrirle paso a la ira gritando mi rechazo para negarme a la asistencia, pero decidí preservar mi salud. Inspiré dos veces y me convencí de que siempre era posible encontrar una excusa para demorar la visita y aseguré que iría el día siguiente. Sonreí y me olvidé del pedido, mi pequeña revancha estaba cumplida y la salud preservada.

La vida continuó en su rutina inexorable y tal vez en el fárrago cotidiano la reiteración del reclamo haya girado dentro de la burocracia hasta que alguien lo recibiera nuevamente. Ya no era mi asunto y nunca más me ocupé. La fortuna me acompañó hasta la jubilación y nunca volví a ver aquellos anteojos, ni siquiera en un pasillo.

 

Guillermo Jorge Inchauspe – Trabajador Jubilado del Poder Judicial de Córdoba.
Analista de sistema – Córdoba Capital.                                                                                                                                Relato  15° Concurso Sin Presiones “Expresión escrita la salud de los trabajadorxs”                                                  Organizado por el Instituto de Salud Laboral y Medio Ambiente (ISLyMA)  – Córdoba – 2024 
El Jurado expresó: Aquella Jueza es un relato que plasma las tensiones “éticas o morales” a las que se ve expuesto un trabajador judicial. La contradicción interna que le genera al empleado en cuestión efectuar el servicio que le corresponde, de acuerdo a sus tareas asignadas para una persona, que ha tomado una decisión tal vez “ajustada a derecho” pero repugnante moralmente. Claramente dicha tensión o contradicción afecta o impacta la salud del trabajador, que sin embargo lleva a cabo un pequeño acto de resistencia que le permite equiparar o empardar la injusticia cometida por la jueza y a la vez preservar o restaurar su propia salud mental.

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