Mención
Título : El aguante
Bajo un cielo increiblemente azul salió esa mañana para su nuevo primer trabajo.
Radiante, Ana se miró unos segundos en el espejo de la vidriera de la fábrica de pastas. Estrenaba un camperón con rayas fluorescentes, distintivo de los empleados del Ferrocarril que debían ordenar en cada Estación el cruce de los peatones cuando estaban las barreras bajas.
Iba orgullosa de haber ingresado en la empresa en que trabajaba el tío Carlos desde hacía por lo menos veinte años. El tío, levantando ambos brazos como si marcara un futuro camino de esfuerzo y honestidad, dio la noticia durante el almuerzo del domingo: “Ya tiene su primer empleo, no será gran cosa pero para empezar está muy bien”.
Durante el viaje en el colectivo 42 su cuerpo revivió aquel regocijo sentido en el momento, no tan lejano, en que usó por primera vez la campera de Egresados en el quinto año de la secundaria. Metió la mano en el bolsillo de su nuevo camperón y acarició el silbato que le había entregado su jefe el día anterior en la reunión tan esperada de “los nuevos”.
Conoció a Bruno, encargado de su aprendizaje, en una Estación donde el joven trabajaba desde hacía un año. Un poco en broma y un poco en serio él se nombraba vigilador de arriesgados y de suicidas. “Vos fijate, vas a ver que hay sospechosos y también atolondrados. Dales con el acelerador para que crucen rápido y no te jodan. “
Bruno, ante la seriedad de la chica como consecuencia de sus consejos, intentó alegrar el momento recordando una situación habitual y que le parecía divertida. “ A una señora se le atascó el cochecito del hijo y mientras pedía ayuda a los gritos dio un paso atrás y clavó el taco al costado de la vía.” Ana hizo un gesto de horror y entonces el muchacho gritó “¡Pero todo bien! ¡El Chapulín Colorado llegó para salvarla!” Y ambos rieron.
Esa noche Ana soñó que su irascible maestra de quinto grado la increpaba: “¿Qué te tenés que meter vos, que ellas se rompan la cabeza, que se maten, y que después se aguanten las penitencias”. “El que las hace…Dios no lo ayuda” “O qué sé yo…las paga…” repetía con voz estridente mezclando refranes. En el límite entre el sueño y el despertar la muchacha se encontró allí, de pie, sola, en el patio del recreo, frente a la maestra que sin cargo ni culpa había renunciado a la tarea de cuidar a sus alumnas. Pensó entonces que la Señorita Susana seguramente hubiera rechazado el trabajo en la Estación ferroviaria. No le gustaba andar cuidando a otros.
Al segundo día de aprendizaje Bruno se enojó con unos adolescentes que cruzaban a pesar de las barreras bajas y de la cercanía del tren que estaba llegando a la Estación. “Algunos se cagan en vos y pasan a propósito. Yo digo que vayan a morir a otro lado, loco, porque después quedás culpable. Y peor los curiosos que se acercan para ver al muerto como si estuvieran en un circo. ¡Hay que controlar! ¡ hay que controlar! te dicen porque estás para eso pero yo no tengo ojos en el culo, y acá, como me ves, no hay ayudante, estoy solo. Ahora estoy con vos porque te tengo que mostrar cómo es el trabajo”.
Ana, unos días después y ya ubicada en su Estación, se sentía capaz de despejar el área parando a tiempo a los sospechosos y a los imprudentes pero así y todo le comentó a su jefe inmediato que le parecía insuficiente que hubiera un solo empleado para controlar el cruce. Y pensó, aunque no se lo dijo, que ella no tenía ojos en el culo.
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Mario no quería vivir más. Para tomar la decisión esperaba un día gris, desierto, lluvioso. “Sin moros en la costa” como repetía su abuelo cuando le fastidiaban los curiosos.
Caminó hacia una Estación cercana al Hospital donde trabajaba como médico residente. Avanzaba con un paso largo. No llevaba paraguas para sentir el placer de la llovizna humedeciendo su gorro y su cabello. Le pareció extraño darse un gusto en ese instante, próximo al cruce, pero no era tiempo de hacerse preguntas. Vió a la chica del camperón de Ferrocarriles y apuró el paso. Ella parecía alerta. Tal vez sospechaba, pensó él, de su lentitud y del repentino cambio de la marcha.
Las barreras estaban bajas, la formación detenida. Mario sonrió frente al apuro de los pasajeros, unos subiendo, otros bajando. Quizás para llegar a tiempo al trabajo, para encontrarse con un amor o para hacer una compra que creyeran ineludible. Él quería salir definitivamente de ese escenario. Del apuro, del dolor, de las presiones. La chica lo miraba y luego volvía la vista hacia los pasajeros que subían y bajaban. Era probable, pensó Mario, que recibiera aumentos de sueldo o premios según la cantidad de muertes que en un período de tiempo se produjeran en la Estación.
Si esa mujer con un aborto casero no hubiera muerto en la Guardia, si hubieran estado despiertos los médicos con más experiencia, si él hubiera mentido que estaba descompuesto para no atenderla, si hubieran recordado que él era tan sólo un médico del segundo año de la residencia…
“Cruce que todavía no arranca…,por favor cruce“ La voz de Ana salió extraña, imperativa. Mario volvió atrás al parecer decidido a esperar el paso de la formación.
Pocos segundos después un crujido atropelló el aire. Y fue un caos, un estruendo, un ruido cortante y seco. Y en simultáneo un hombre activando con horror el mecanismo para frenar el tren. El corte implacable, la sangre enloquecida, un cuerpo hecho pedazos.
Ana se autoinculpaba a los gritos. De forma entrecortada decía que a pesar de sus sospechas no había actuado con rapidez. Finalmente cayó al piso, desmayada.
El Jefe de Estación miró una y otra vez el hecho a través de las cámaras de seguridad.”Yo no quiero tener a esta piba en el sector, dejó que la gente se arremolinara, que sacaran fotos. Este asunto es frecuente y hay que ser fuerte, acostumbrarse, aguantar. No es un pariente y tampoco fue casual. El tipo venía decidido. Y además la chica está todavia en período de prueba así que…¿qué problema hay?”
Ana fue aconsejada para pedir ayuda en el gremio pero no era buena época para los derechos. Y además el tío Carlos temió por su lugar en la empresa si pedía la reconsideración del caso.
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Poco tiempo después, leyendo una revista de noticias, Ana se enteró que el gremio de los ferroviarios estaba organizando un plan de lucha para lograr licencias, medidas sabáticas y acompañamientos que protegíeran a los trabajadores expuestos con frecuencia a situaciones traumáticas. Y en la presentación del plan se hacía referencia a los maquinistas y a los guardabarreras. Había ya experiencia suficiente en la afectación de la salud emocional y física del trabajador a consecuencia de las condiciones desconsideradas para sostener un trabajo.
La nota agregaba que las organizaciones de derechos humanos apoyaban la iniciativa haciendo referencia además a otros ámbitos laborales de permanente exposición a situaciones estresantes.
Mientras leía la noticia iba recordando su sensación de fracaso por no haber cumplido las expectativas de los empleadores. En sus sueños se repetía la escena abrumadora del cuerpo estallado y las miradas impiadosas.
Escribió entonces un mensaje para Bruno. “Pasó algo muy bueno. El gremio ferroviario pide medidas para evitar la incomprensión y el maltrato en los trabajos y para hacer intermitentes los períodos de exposición a situaciones traumáticas. Como verás mi mensaje está bien escrito porque lo estoy copiando de una revista, vos sabés que escribir no es mi fuerte. ¡Ya no van a ser necesarios los cuatro ojos y menos aún los ojos en el culo! Esto entre nosotros, no lo dice la nota”.
María Cristina Beovide – Psicóloga- Socióloga – Trabajadora jubilada como personal de salud mental.
CABA. Mención 15° Concurso Sin Presiones “Expresión escrita la salud de lxs trabajadorxs” Organizado por el Instituto de Salud Laboral y Medio Ambiente (ISLyMA) – Córdoba – 2024
El jurado expresó: Relato que hace hincapié en la presión sobre la salud psíquica de empleados y empleadas del ferrocarril que deben custodiar a las usuarias o usuarios del servicio, ya que, por descuidos, distracción o incluso conductas suicidas con cierta frecuencia las personas suelen resultar heridas o muertas en los andenes de las estaciones ferroviarias. El texto muestra como la acción gremial abre la posibilidad del reconocimiento de la situación o padecimiento laboral partiendo de un inicio donde ello era negado o menospreciado.
Una realidad laboral común. La falta de personal, y la responsabilidad que recae sobre una persona. La empresa que coordina el funcionamiento de los trenes ajusta reduciendo personal. En simultaneo el relato denuncia en el ámbito laboral de la salud la responsabilidad que muchas veces sabemos les asignan a los médicos residentes haciendo su especialidad y que todavía no están en condiciones de asumir responsabilidades como profesionales. El estado o la medicina privada también ajusta reduciendo personal. Sin embargo, el sistema los pone al frente.