Segundo Premio del 15° Concurso “Sin Presiones” Expresión Escrita de lxs Trabajadorxs

Segundo Premio

Título:   Los ojos de don Quispe

 

João Francisco

João Francisco

 Cada vez que paso por el cementerio de San Jerónimo me acuerdo de don Ítalo.

Paf, me resuenan en los oídos los trozos del alero de la cochera de mi casa que se desplomaron, junto con el encofrado.                                                                    Don Ítalo se vino abajo desde el andamio. Se incorporó con dificultad rengueando de una pierna.

Mi padre corrió a ayudarlo y lo llevó al Hospital, yo fui con ellos. Lo dieron de alta ese mismo día y lo llevamos hasta donde vivía. Una pieza que alquilaba en el fondo de la casa de una señora llamada Josefina, en Alberdi, en las cercanías del cementerio San Jerónimo.

—Acá no me van a traer —dijo cuando pasamos por un costado del cementerio rumbo a lo de Josefina.

Cuando volvimos a mi casa el arquitecto había traído gente para reparar todo.

—Don Ítalo ya está viejo y no da bola, le dije que le pusiera una varilla más de hierro al hormigón del alero —dijo el arquitecto—, no dándole importancia a lo ocurrido.

Mi padre discutió con él por el accidente y le exigió que le garantizara que el alero de la cochera quedaría bien y seguro.

Pasaron unos dos o tres días y don Ítalo no volvió a trabajar, con mi padre fuimos a buscarlo.

Nos atendió la señora Josefina y nos acompañó a hasta donde vivía don Quispe. Una pieza de ladrillos de cemento si revocar, piso de baldosas desniveladas y techo de viguetas, con un pequeño baño,

Nos dijo que hacía varios días que no lo veía, pero sabía suceder, ella conocía su vida, unos amigos de Jujuy le pidieron que lo alojara un tiempo en su casa, que sabía trabajar y era de confianza.

Yo me puse a ver unas fotos viejas que estaban pegadas en el ropero. La imagen de un hombre joven corpulento con botas y bombacha de gaucho, sombrero para el sol y un rebenque en su mano derecha.

Ella contó más o menos así la historia de don Ítalo:

Él había sido capataz general en un ingenio de Tartagal y circulaba con rebenque en mano, para hacerse respetar por los trabajadores que bajaban desde Bolivia. De madrugada entraba al galpón donde dormían los peones de la zafra y avanzaba a los gritos, golpeando el rebenque contra lo que encontraba a su paso, todos se apresuraban a levantarse y acomodar sus ropas, calzarse las ojotas de cubiertas de automóvil para comenzar otro día de trabajo.

Pero un día, Quispe no se había incorporado, estaba dormido enrollado en sí mismo encima de un catre sin colchón.

—Levántate —gritó el hombre del rebenque

Ese montón de huesos malolientes y sin forma que recordaban vagamente a un ser humano, apenas se incorporó. Sus ojos lo miraron con miedo y no alcanzó a pararse. Este hombre joven y corpulento, lo cruzó de un latigazo y el montón de huesos no se movió. Esos ojos de miedo se cerraron.

En la administración le dijeron que Quispe estaba internado. Que la policía lo venía a buscar, que debía irse del ingenio y cambiar de provincia.

Josefina nos comentó que en muchos amaneceres se lo veía caminar por el patio alterado como si el corazón le palpitara al máximo, repitiéndose una y otra vez.

—Todo por culpa de los ojos de Quispe.

Eran los tormentos que después de años le volvían, implacables traumas que estaban en su mente. Producto de los antiguos y violentos días de trabajo en Tartagal. Ahora don Ítalo tenía la piel ajada y vencida por los años, por el viento, el sol del norte y de las zafras de la caña de azúcar.

Así prosiguió la señora Josefina y nos explicó, que en la tarde que nosotros lo habíamos llevado, medio golpeado como él decía. Le comentó que sus pesadillas se habían intensificado que no tenía fuerzas y recordar los ojos del indio Quispe le sacudían el cerebro.

—Debo volver allá, me perdonarán, podré terminar mis días en Tartagal, me voy —le dijo.

Se vistió con una camisa y los zapatos deformados por el tiempo, esperó que amaneciera. Salió a la calle en bici.

La señora Josefina no lo había vuelto a ver, mi padre tampoco.

Ahora cada vez que paso por el cementerio de Alberdi recuerdo las palabras de don Ítalo.:

—Acá no me van a traer.

Jorge Navarra – Trabajador Jubilado. – Villa Allende – Córdoba                                                                            Segundo Premio:  15° Concurso Sin Presiones “Expresión escrita la salud de lxs trabajadorxs”                              Organizado por el Instituto de Salud Laboral y Medio Ambiente (ISLyMA)  – Córdoba – 2024 

El Jurado expreso:
Relato muy ágil que utiliza los recuerdos de un ex capataz como ventana para mostrar un fugaz panorama de las penosas condiciones de vida y trabajo de las y los trabajadores rurales en Argentina. Realidad que se agrava aún más al tratarse de migrantes, llegando como en el caso relatado – lo que debiera ser una relación de trabajo- hasta situaciones de cuasi esclavitud o servidumbre. También, como en un aparente giro del destino el ex – capataz victimario, es a su vez víctima de las peligrosas condiciones de trabajo de la construcción sufriendo un accidente.
Recordar a los ojos del indio Quispe le sacudían el cerebro” La conciencia, el recuerdo, el pasado que persigue y no se puede borrar, el remordimiento… un relato descriptivo y profundo para pensar como son cada uno de los días de un trabajador y/o una trabajadora. Un relato para reflexionar. Una advertencia. Las rutinas, repetir y repetir sin ver al otro u otra ni mirar condiciones de trabajo. La violencia laboral se repite, se construye de diferentes maneras. ¿Cuánto puede durar esa violencia? ¿Hasta que se fuga? y sin embargo se instala en el alma

 

 

 

 

 

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