Relato del 14° Concurso “Sin Presiones” Expresión Escrita de lxs Trabajadorxs

                                         MATILDE

 

Matilde, despertó. Miró por la ventana que el día estaba soleado. Se sentó en la cama.    Respiró profundo y embocó sus pies en las pantuflas para dar comienzo al rito matinal rutinario. La ducha caliente le acariciaba la piel y la disfrutaba del mismo modo que aquellas caricias sanadoras que cuando niña, le prodigaba su madre. El sonido de la lluvia callaba las voces que cada tanto le acudían desde la radio.

bn1    Se vistió y se dispuso a salir. Estaba ansiosa. Volvería a salir a la calle después de dos meses.

Estaba ilusionada porque pronto volvería a sentarse en la confitería a tomar café con ese grupo de amigas que nunca dejaron de abrazarla, ni siquiera en sus peores momentos. Las que son la prueba viviente que lo que no se puede en soledad, se logra en compañía.

Matilde, docente de vocación es (o era) como muchas trabajadoras y trabajadores que creyeron y reprodujeron esa sentencia que reza que no hay “nada mejor que te paguen por hacer lo que te gusta”. Pero esa supuesta frase motivadora se terminó convirtiendo en la pase libre al infierno del cual estaba a punto de comenzar a salir.

Como suele suceder en estos rincones del mundo, Matilde comenzó a ejercer el magisterio casi 10 años después de su graduación.

Aunque sistemáticamente cumplía de modo minucioso con el trámite de la inscripción, nunca aparecía esa ansiada y necesaria vacante.

Cada año, luego de consultar las listas de mérito regresaba a su casa con la boca con ese sabor metálico que te deja la decepción. Y mientras caminaba barriendo la inmunda vereda con la mirada, le volvía a acudir esa pregunta que se repetía como parte de ese insoportable diligencia de la inscripción. “¿Qué pasa en este país, en esta provincia que para los que gobiernan los docentes no somos necesarios ?” Y la respuesta se le difuminaba en medio de todas las posibilidades a la que nunca le encontró respuestas, porque no tenía tiempo para buscarlas, por que había que inventar alguna changa para seguir subsistiendo y preservar la dignidad que otorga el trabajo según le habían enseñado sus padres.

Durante siete años la secuencia se sucedió como un odioso “dejavú” hasta que un día en que el cielo estaba frío y gris plomizo, para Matilde salió el sol cuando vio la notificación que le anunciaba que estaba apta para cubrir una vacante suplente.

Está vez el regreso a la casa fue con la mirada recorriendo y reconociendo un paisaje que ahora se presentaba colorido y esperanzador.

Los siguientes 12 años le puso su vida a su vocación.

Ella dió más allá de lo que el estatuto o la ley le obligaban. Estuvo al frente del grado, cuatro años en tercero, tres en primero, y cinco en segundo y cada uno con una excesiva superpoblación de alumnos según los estándares recomendados por el propio Ministerio de Educación.

Cada inicio de clases se dedicaban a revisar, junto al resto de las docentes, las instalaciones de la escuela para garantizar condiciones mínimas de comodidad a sus alumnos. Colaborar con la cooperadora, que son instituciones que cumplen el rol que el estado abandonó hace ya tiempo.

Con las nuevas condiciones que plantea la inclusión educativa sentía que debía adquirir competencias que su empleador le exigía cumplir pero en la cual no la capacitaba ni dotaba al sistema los nuevos profesionales que la circunstancia requería. Durante el aislamiento se esmeró para dar continuidad al proceso formativo de sus “peques” y entonces su hogar se convirtió en un set de televisión y aprendió a manejar las redes y programas y aplicaciones de edición de video y vio tutoriales para aprender a mantener la atención de los alumnos en esa impuesta clases a distancia, se convirtió en una eficaz “streamer “, ocupando incluso el tiempo que debía destinar a su descanso y gasto extra que nunca le fue remunerado.

Cuando regresó la nueva normalidad también representó una situación estresante porque por directivas sanitarias ya no podía tener la proximidad con sus “peques”.

Fue testigo de actos de extrema violencia contra una compañera a quien atacaron a golpes familiares de un niño al cual le llamaron la atención por su mal comportamiento.

Matilde había sufrido ataques verbales y hacía tiempo que notaba que esos casos cada vez eran más frecuentes y sentía que tanto ella como sus compañeras estaban en una inexplicable vulnerabilidad.

La modernización del sistema que administra la educación en la provincia, la llevó a pasar varias noches cargando calificaciones en un sistema informático que colapsaba y que le obligaba a repetir una y otra vez la tarea, acumulando impotencia y frustración.

Sentía que un agotamiento descomunal se apropiaba de su voluntad y le alertagaba la voluntad de todo.

Cada día que pasaba le pesaba más ir a la escuela.

Hasta las reuniones con compañeras o amigas le resultaban tediosas y fue aislándose, en la falsa creencia que lo suyo sólo era un agotamiento pasajero. “Si me desenchufo unos días voy a volver a estar bien” – se dijo- P Y se soñó en las sierras, en una cabaña en contacto con la naturaleza y alejada de las angustias.

Pasaron los días y las semanas y comenzó a notar que se irritaba por cualquier cosa y hasta sentía enojo por situaciones que antes nunca le hubieran afectado.

Una mañana sintió que sus manos transpiraban y aunque frías estaban mojadas. Sin demora se fue al baño y cuando llegó sintió que el aire del mundo no le alcanzaba. El oxígeno que aspiraba no llegaba a sus pulmones y el temor a la muerte inminente dio paso a la desesperación que ahogó todo atisbo de pedido de auxilio.

Inmóvil y sin la posibilidad de emitir sonido alguno, Matilde vió pasar ante sus ojos todo su vida mientras, su cuerpo rígido, parecía estampado contra la pared al tiempo que sus manos, también tiesas, intentaban aferrarse a la vida. Parecía como si estuviera una angosta cornisa.

Quizá la imagen no estaba tan alejada de la realidad que ella elaboraba en su interior. Quizá su situación laboral sumada a la crisis económica que la afectaba drásticamente, no sólo la habían puesto en la cornisa sino que además le habían cerrado todas las ventanas.

Nunca supo en realidad la duración de ese episodio. Sólo supo que fue una de las tantas personas que conocieron lo que es padecer el primer ataque de pánico. Episodios similares se sucedieron con los días. Finalmente le recomendaron que sacara licencia.

Su médico le indicó varios estudios y consultas con otros profesionales pues los síntomas que presentaba eran compatibles con el síndrome de “Burn Out”.

Con la confirmación de su diagnóstico alguien le dijo que eso era una enfermedad laboral que debía hacer la denuncia sobre su condición. Así llegó hasta el gremio al que estaba afiliada pero nunca logró ninguna respuesta positiva.

El tiempo pasó y decidió buscar la asistencia de una abogado particular que gestiona las indemnizaciones correspondientes.

Luego de entrevistarse con el abogado que la anotició cobre el avance de su reclamo, y ya en tibia tarde de este inusual invierno, Matilde, visiblemente muy demacrada y con dificultad motora debido a una aguda fibromialgia, buscó asilo en un banco de la plaza. Y dejó que su rostro fuera acariciado por el sol y la brisa. Y respiró con tranquilidad, y pensó en la ironía que regía su vida. Ella que era una empleada estatal había llegado a ese estado en gran parte por la desconsideración de su patronal que sistemáticamente la abandonaba, y que también había puesto en evidencia que no le garantizaba otros derechos a pesar de estar estipulados constitucionalmente. “Irónico ! ”, -pensó- “… casi la mitad de mis ingresos son impuestos que debo pagar para que me garanticen todos los derechos que me incumplen” y volvió a sonreír mirando a lo lejos, pero no era una mirada perdida en el vacío, su ojos se habían fijado en el futuro que ella misma se estaba forjando desde sus propios despojos. “Voy a vencer… voy a poder!” -se dijo en voz alta- . Y se levantó del banco con dificultad pero con decisión y emprendió su caminata lenta hacia ese futuro luminoso como el día, que momentos antes se le había revelado ante sus ojos. Y se fue al ansiado encuentro con sus amigas en la confitería donde la esperaban el olor a café, las risas y los abrazos que siempre la rescataron de la sombra de la indiferencia y la injusticia.

 

Sergio Martín Coria     - Fotógrafo – Periodista – Radio Cooperativa Villa Dolores  Provincia de Córdoba.

Relato del 14° Concurso SIN PRESIONES  Expresión Escrita de lxs Trabajadorxs          Organizado por el ISLyMA , 24 de agosto de 2023

El Jurado espresó: No se puede en soledad piensa Matilde. Una frase la recorre y la hace preguntarse si es verdad eso que le dijeron sobre “NO hay nada mejor que te paguen por hacer lo que te gusta”. El trabajo y la dedicación que se convierten en falta de aire y el caminar por la cornisa hasta que las ventanas se cierran de repente y aparece el primer ataque de pánico. Una enfermedad laboral: el brun out.

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