30 años PRECARIZADOS, una crónica del desamparo laboral
Las historias de lxs trabajadorxs del Estado no son un cuento, son mucho más que las frías estadísticas de los despidos y la estigmatización histórica, acrecentada en tiempos neoliberales, de ser nombradxs “ñoquis” o trabajadorxs que no hacen mucho por la sociedad. Son más que las noticias sobre las exiguas paritarias, o el desconocimiento de nuestras luchas. Nuestras historias son nuestras familias, nuestras vidas, las de miles de personas, laburantes de Argentina.
Los ’90 – “Estamos mal, pero vamos bien…”
Nacimos a la vida laboral así: precarizados. En los ’90 las políticas neoliberales arremetían contra los derechos ganados, generando pobreza y desempleo generalizado. Las oportunidades laborales para lxs jóvenes profesionales del desarrollo rural escaseaban y las que había proponían inscribirse en la AFIP, facturar “honorarios” y firmar cada cierto tiempo un contrato de locación de obra o de servicios a término. Así, lxs trabajadorxs del entonces Programa Social Agropecuario acumulamos factureros y contratos durante más de quince años, firmamos cada año que no había (¿no había?) relación laboral con el Estado empleador, pagamos de nuestro bolsillo la obra social, seguros, impuestos provinciales y aportes jubilatorios (en el mejor de los casos). Recorrimos los caminos polvorientos del campo adentro con nuestros propios vehículos y nuestras piernas. Cumplimos horarios e hicimos informes de todo lo actuado, como siempre, como hasta ahora. No había vacaciones ni licencias por enfermedad o por maternidad/paternidad, ni aguinaldo, ni paritarias. Cavallo y Bullrich nos descontaron el 13% de nuestros honorarios a pesar de no ser empleados reconocidos por el Estado, y esgrimiendo la misma razón, es decir por precarizados, nunca nos devolvieron el descuento, aunque sí al resto de lxs empleadxs públicos y jubilados.
Siendo precarizados, poco te escuchan y es fácil que te digan “si no te gusta, ahí tenés la puerta”. Siendo precarizados, la incertidumbre y el atropello a las condiciones laborales se hacen costumbre. Quizás por eso nos llevó mucho tiempo y esfuerzo organizarnos gremialmente. Siendo precarizados, los gremios no tienen de dónde descontar el aporte sindical para ser oficialmente afiliados. Sin embargo, ATE nos dio esa oportunidad: empezar precariamente a plantear otras condiciones laborales y acceder a nuestros derechos como Trabajadores del Estado.
La década ganada: Formalmente precarizados
Vientos políticos de mayor inclusión lograron la institucionalización del trabajo en desarrollo rural, allá por el 2008. Nuestra organización gremial y la decisión política permitieron que nos contraten por fin con el artículo 9 de la Ley Marco: “personal por tiempo determinado comprenderá exclusivamente la prestación de servicios de carácter transitorio o estacionales, …, que no puedan ser cubiertos por personal de planta permanente”. A partir de 2010 tuvimos contratos “en blanco” con aportes jubilatorios, obra social, aguinaldo, licencias. Teníamos por fin derechos laborales.
El Estado generó políticas públicas junto a las organizaciones de la agricultura familiar, abarcando en un marco de acceso a derechos las diversas problemáticas que afectan al sector más vulnerable del campo: las familias campesinas e indígenas del país. Crecimos profesionalmente, mejoraron las condiciones laborales y se logró una cobertura territorial como no ha tenido otra institución del Estado, junto al desarrollo autónomo de cientos de comunidades campesinas. Pero nosotrxs, lxs trabajadorxs de agricultura familiar, seguíamos con contratos de duración anual, precarizados.
El pase a planta permanente quedó entre nuestras principales reivindicaciones gremiales, que el Estado que nos contrató nunca quiso oír. Admitirlo sería reconocer que el 100% de lxs técnicxs que trabajamos en la (ex)Secretaría de Agricultura Familiar somos precarizados. Sería reconocer que el Estado ejecuta un sinnúmero de políticas públicas con personal contratado que cumple funciones y tiene la trayectoria histórica de personal permanente. Y que el Estado no cumple las leyes laborales.
Cambiamos futuro por pasado
Desde el 2016 la precarización laboral tomó nuevas dimensiones en nuestras vidas. Nos mostró nuevamente, como en los ’90, la peor cara del neoliberalismo. La cuota de cinismo ejercida por los que propiciaban el “Cambio”, hizo que la precarización laboral se asimile a la precarización global de la vida y de la dignidad humana. En nuestro pequeño universo sufrimos, como el resto de lxs empleadxs públicos, la estigmatización de que nos llamen “ñoquis” o “grasa militante”, gracias a los trolls y la maquinaria mediática de generar odio. Fuimos y somos trabajadorxs, apasionadxs, y quizás militantes de las causas justas. Por eso elegimos trabajar con campesinxs. En cambio, la nueva conducción institucional ni siquiera hizo un esfuerzo por tener presencia diaria en las oficinas, menos cumplir las 8 horas de trabajo. En aquellos días, fuimos oculta y maliciosamente “evaluados” por la nueva conducción.
Paralelamente, el presupuesto institucional disminuyó hasta hacerse inexistente. Los vehículos se deterioraron, se vencieron las revisiones técnicas obligatorias y así todo se siguió trabajando. Se dejó de alquilar oficinas, se cambiaron nuestras funciones laborales, bajó la presencia en terreno, no nos pagaron viáticos sobre comisiones realizadas. Nuestros informes nunca fueron leídos, “porque son muy largos”, “hagan algo de una o dos hojitas”. La comunicación institucional fue reemplazada por tweets y mini noticias en las redes sociales. Se vació de contenido el desarrollo rural: la integralidad de nuestro trabajo fue definida como una colección de anécdotas que “no se pueden medir, entonces no valen”. Ya no hay capacitaciones, ni proyectos, ni planificación, ni Monotributo Social Agropecuario, ni ferias: las familias campesinas fueron despojadas de sus derechos. Nuestro ambiente laboral, a pesar de nuestra mística y cariño, se fue enrareciendo para estar a tono con la época del cambio. La construcción colectiva se opacó cada día un poco más, por la conducción inoperante y jerárquica, por los serviles lameculos y soplones que nunca faltan, por la apuesta al individualismo, por el miedo al despido. Precarizados, cambiamos.
Precarios hasta el despido
La precarización, que no elegimos, nos expulsó de la peor manera. Después de 25 años de trabajo, nos botaron. Como cosas, como excedentes, como gastos que había que achicar. Los miles de millones de dólares prestados y que se fugaron y enriquecieron al puñado de familias que gobernaron el país entre 2016 y 2019, los pagamos lxs trabajadorxs. La nueva gestión inició los despidos en la administración pública, bajo el eufemismo de “no renovación de contrato”. Como goteras, cientos, miles de trabajadorxs precarizados en programas e instituciones públicas fueron perdiendo su fuente laboral y con ello, todxs perdimos derechos en materia de salud, educación, cultura, ciencia, previsión social, e inclusión de grupos vulnerables. Y nosotrxs vimos casi desaparecer las políticas públicas para la agricultura familiar.
La guadaña de los despidos nos mojó en lágrimas en abril de 2018. Esa vez nos tocó a nosotrxs. Cientos de compañerxs quedaron en la calle, así, sin preaviso, sin ningún indicio más que los rumores y las noticias cada vez más recurrentes del ajuste del Estado. 330 despidos en el Ministerio de Agroindustria. Redoblamos la lucha y los abrazos, nos hermanamos en las denuncias y las gestiones, en las marchas en las calles junto a miles de trabajadorxs, en los escraches a los funcionarios responsables de los despidos, en la creación del fondo solidario para sostener a lxs compañerxs, en la difusión en las redes (que nos hackearon), en los banderazos en los semáforos, en el festival solidario, en la venta de rifas y de locro…
Un dolor de cabeza tremendo y persistente apareció en mi vida. En agosto fue peor, ya lo veníamos venir, la guadaña amarilla continuó cercenando derechos: casi 600 despidos en Agroindustria, 550 de los cuales fueron en Agricultura Familiar. Yo incluida, con 23 años de antigüedad y 50 años en la vida. Intestino irritable y bienvenida oficial a la menopausia.
Precariamente, nos fuimos enterando que hubo una lista, o más de una, confeccionada por los coordinadores (y los traidores), con los criterios “objetivos” de deshacerse de quienes “no respondían a la coordinación”. Con angustia recibimos la carta documento que nos decía que nuestros contratos precarios fueron finalizados con anticipación. Muchos tuvieron que presionar en el correo para que les entreguen la nefasta carta que no llegó al domicilio. Y más tristes fueron los casos donde lxs hijxs recibieron el dichoso telegrama y tuvieron que comunicar a su madre o padre que ya no tenía trabajo… Precaria y cobardemente, nadie dio la cara ni dio razones objetivas de los despidos. Alguien de Modernización definió las “dotaciones óptimas” de cada repartición pública. Nadie avisó a las organizaciones de productores que se quedaron sin técnicx. Nadie contestó las notas de apoyo que recibimos, ni los cientos de firmas que pidieron nuestra reincorporación, ni los pronunciamientos de las cámaras legislativas y tampoco nadie acusó recibo de las gestiones políticas y acciones gremiales. Precariamente nos enteramos que nuestros contratos no permiten acceder al seguro por desempleo y tampoco el derecho a la indemnización.
Despedidos-as
Resistimos y luchamos mientras pudimos. Ser despedidx es duro, no importa si sos joven o veterano. Más en tiempos de desempleo generalizado. Es injusto y cruel. Es violencia, la bronca con los dientes apretados. Es lo que nos unió en la lucha, la fuerza de todos y todas, nuestras convicciones intactas. Es impotencia, miedo y tristeza. Es el recuerdo vivido en carne propia de lo que pasaron nuestros viejos o nosotros mismos en los ‘90. Es el abrazo apretado, lleno de lágrimas y mocos, de la familia, amigxs y compañerxs que nos reconforta un instante, sólo ese instante.
Es la preocupación que no querés confesarle a tus viejos, el mal trago que no querés que pasen tus hijxs. El golpe certero en la autoestima, que cuestiona hasta tu valía como profesional. Es la desvalorización, la paralización y el enojo. También las inmensas ganas de patearles el culo y vomitar en la cara de sorete mal cagado de todos los funcionarios responsables de despedirnos. Y a vos en particular, (ex)”prezidente ojitoz color cielo”.
Al cumplirse un año de los despidos murió Gustavo, despedido, reincorporado y nuevamente despedido. En esos días también falleció Felipa, despedida faltando poco para jubilarse. Unos meses antes Maximiliano decidió quitarse la vida ante la angustia de quedarse sin trabajo. El corazón de Roberto no se bancó la desidia en la que sumergieron al Estado en esos años. Melisa se desplomó ante la inminente injusticia de su esposo despedido. El cuerpo de Naty se enfermó: no resistió tanto agobio y persecución. También Guillermo, también Marcelo ya no están aquí…
El despido es la angustia de ser sostén de familia y no saber para dónde agarrar. Es tener una “liquidación final” depositada que no llega a tres meses de sueldo. La billetera vacía. Las deudas y el cómo cubrirlas. La vergüenza de pedir al fondo solidario de lucha. La mirada de nuestros hijxs adolescentes que nos pregunta algo, en silencio. Es sentir que ya no perteneces adonde estabas, saber que de a poco todo se olvida y te olvidan. Es ver a los soretes empoderados. La certeza que tu cuerpo no es el mismo de hace 25 años y que tus rodillas están gastadas. Jugar al Candy Crush para alienarte. Usar champú Plusbell y comprobar que no es tan malo. Comer menos carne y de paso bajar el colesterol. Achicar los gastos y ajustarte. Armar nuevamente el currículum. Volver al monotributo. Buscar qué hacer, y dar vueltas sobre tu propio eje. Salir al ruedo.
También es sentir el apoyo y el afecto de quien menos esperabas. La lejanía de quienes no esperabas. Es hacer consciente que el colectivo laboral donde pertenecías ya no existe. Es que te borren del padrón de afiliados. Es vivir con changas. La gastritis eterna, mi dolor de panza demasiado presente. Nudo en la garganta, años de vida, sueños arrebatados. Es estar lejos. Es llorar a mares y también reírte.
Es la soledad de estar con tus infiernos.
La resiliencia
Somos trabajadorxs, que no es poco. Tenemos capacidad y valores, lo que es mucho. Hay montones de gente que nos quiere y nos valora, que reconstruye. Hay afectos que sostienen. Hay una trama, tejida hace años. Y caminos y senderos nuevos para andar. En la desesperanza, nos reinventamos. Así, recogiendo nuestros andrajos y lamiendo nuestras heridas, rellenamos nuestras grietas a pura voluntad y cariño, fuimos de a poco encontrando la dignidad del trabajo en otros lugares. Morimos un poco para brotar de nuevo, cual semillas. Resistentes, resilientes. Nos embarcamos colectivamente en una acción judicial que restituya nuestros derechos como trabajadorxs del Estado. Que nos devuelva la sonrisa arrebatada. Que haga justicia.
Volver para ser ¿mejores?
La lucha de lxs que creímos y creemos en la solidaridad continuó, con la convicción de que la vulneración de los derechos de lxs trabajadorxs es una injusticia. Muchas historias y una pandemia pasaron en este tiempo, cada unx sabrá si tuvo que reír o llorar y cuánto afectó nuestra salud física y mental y la de nuestras familias. O si tuvo que despedir a seres queridxs. A pesar de ello, nos esperanzamos nuevamente. Lxs compañerxs despedidxs fueron (fuimos) siempre bandera y se logró a partir de 2020 la recontratación de varios de nosotrxs con la promesa que seríamos todxs, y en igualdad de condiciones que antes del despido. Previamente debimos renunciar al juicio que nos daba la ilusión de obtener algún resarcimiento. Pero pasaron cosas… Ni los funcionarios “compañeros” ni los gremios que nos representan estuvieron a la altura de las circunstancias. No todxs fueron reincorporadxs ni fueron iguales las condiciones del reingreso. A lxs recontratadxs no se nos respetó la función anterior, ni nos pagaron el ítem de destino geográfico o zona sino después de meses de reclamos, sin retroactivo, en algunos casos tampoco se respetó la categoría y la antigüedad que se tenía antes de los despidos. Agotamos todas las instancias de diálogo para completar el proceso de reincorporación, nos tragamos las promesas incumplidas y que nos digan en la cara que deberíamos rever nuestras prácticas gremiales si en tantos años no logramos nuestra estabilidad laboral. Nunca dejamos la lucha del pase a planta: con banderazos, marchas tras marchas, notas, redes, hablamos con diputados, senadores, ¡hasta con obispos! Movilizamos, escribimos, gritamos, paramos, pusimos el cuerpo, nos echaron… ¿Y nosotrxs debemos rever nuestra lucha? ¿Qué tienen que decir los funcionarios “compañeros” que ahora tienen el rol de gestionar el Estado? ¿No volvieron para ser mejores? ¿O acaso el Estado es una entelequia que decide por sí sola? ¿Qué dicen los dirigentes gremiales que callaron y siguen mudos e inmóviles cuidando su caja y defendiendo su interna? ¿O cuántos años hay que trabajar precarizados para aspirar al derecho de la estabilidad laboral? Hace años nos encandilan con los espejitos de colores de los concursos para pasar a planta…¿Qué idoneidad tenemos que probar?
En Salta sostuvimos un paro por 70 días hasta que vuelvan todxs. No volvieron, algunos continúan el juicio, ojalá ganen. Lo que permanece es la pobreza, las políticas públicas paupérrimas, una inflación imparable, el FMI marcando la política, nuestras condiciones de trabajo más precarias, post 4 años de macrismo y 3 años y medio más de promesas. La justicia miserable. Sin vehículos, computadoras ni internet. Sin rumbo. Este año se cumplen 30 años de la creación de aquel viejo programa de alivio a la pobreza rural que sostuvimos a pura mística y ovarios. 30 años con los mismos contratos anuales. Ahora con un nuevo cambio de pertenencia institucional que nos pone más vulnerables ante un posible cambio de gobierno (la derecha acecha…). Precarizados, pero más viejxs. Casi nadie tiene suficientes aportes para poder jubilarse a la edad que corresponde.
Cuando escribo, suelo concluir con un mensaje de esperanza. Hoy no puedo. No volvimos mejores. La última trinchera quizás sea que la salud no se vende y la dignidad no se negocia. Y que además en estas tierras, desde hace más de 500 años, sabemos de “luchar, vencer, caerse, levantarse, vencer, caerse, levantarse, luchar… hasta que se acabe la vida…” o hasta la victoria, siempre.
Ana Elisa Herrera – Ingeniera Agrónoma- Actualmente Instituto Nacional de Agricultura Familiar Campesina e Indígena de la Jefatura de Gabinete de Ministros – Ciudad de Salta -
Relato del 14° Concurso SIN PRESIONES Expresión Escrita de lxs Trabajadorxs Organizado por el ISLyMA , 24 de agosto de 2023