Los condenados de la tierra
El Gabi tenía 39 años. Ese 07 de enero de 2019 quizás se levantó pensando en que se acercaban sus 40 y que de alguna forma había que festejarlo, junto a la llegada de su última hija que ya tenía dos meses, ya que las cosas se habían complicado con su nacimiento prematuro. Su mujer había parido en noviembre del año anterior y en diciembre se les inundó la vivienda rural que habitaban en el campo donde trabajaban, por lo que su compañera Agustina y los cuatro niños debieron mudarse a vivir al pueblo, a la casita que les dio la Municipalidad; pero, por suerte y a pesar de todo, habían mantenido este trabajo, ya que el patrón anterior alquiló el campo donde hacía nueve años que estaban, pero ellos continuaron con el nuevo arrendatario. Quizás no, quizás la única preocupación era el calor de ese día y que funcionara la máquina de picar alfa, para dar de comer a los animales. Después de todo, ese era su trabajo. Hacía mucho que vivía y trabajaba junto a su mujer en el campo, donde hacían todas las tareas rurales, que era lo que sabían hacer: Poner el cuerpo, su fuerza del trabajo y seguir adelante.
Esa mañana, mientras estaban con el sobrino de Agustina, Diego, de 22 años, que ahora también trabajaba con ellos, subido al carro silero con la horquilla tirando la comida a los rolos que desde ahí volcaban a las piletas de donde comen las vacas, se trabó el mecanismo porque estaba rota una cadena y no tiraba la comida por lo que entre los dos intentan hacerlo funcionar, Gabriel arriba del carro y Diego subido al tractor prende la toma de fuerza una vez y la apaga y Gabriel le dice que la vuelva a prender. Es en ese momento cuando advierte que los rolos habían “chupado” el brazo del Gabi y parte del lado derecho de la víctima, de modo tan cruento que quedaba a la vista la costilla. Diego llamó al patrón, que no contestaba el teléfono; entonces llamó a la hija del patrón -Natalia- y a otro trabajador, quiénes lo trasladan al dispensario del pueblo y de ahí urgente al Hospital de otra ciudad. Allí el trabajador accidentado fue sometido a intervenciones quirúrgicas prácticamente diarias, sobrevivió diecisiete días hasta su muerte el 23 de enero de 2019. Al día siguiente de la muerte de Gabriel, el patrón llevó los animales a otro campo y “corrió” a la familia de la vivienda rural que ocupaban porque “hay una sola casa y la tiene que ocupar el que venga”. Así quedó la familia sobreviviente del trabajador víctima del accidente, sin trabajo y sin ningún ingreso para subsistir. Eso sí, el nuevo patrón le fue dando de a puchos, mientras Gabriel estaba en el Hospital, lo que le “correspondía” por los días trabajados. Ese dinero luego le fue descontado a Agustina de lo que quedaba del “sueldo”. Y así quedaron, a la buena de Dios: ni pensión a la compañera conviviente (porque no había aportes, ya que siempre trabajó en negro) ni nada de nada para sobrevivir. Solo viven gracias a la ayuda solidaria de su familia y a la AUH que cobra hoy la madre, por sus cuatro hijos.
El patrón se esfumó de sus vidas, desapareció. Por eso, al mes de ocurrido el accidente, iniciamos juicio. El juez nos exigió “pasar” antes por la comisión médica, organismo impuesto por el sistema. Fuimos y la Comisión Médica nos dijo que no, que el trabajador estaba en negro por lo que ellos nada tienen para decidir. Seguimos con el juicio que fue derivado a otra jurisdicción y así, entre chicanas y burocracia judicial, pandemia mediante, pasaron más de 4 años , por lo que empujando y haciendo rodar a fuerza de insistir, el lento engranaje y acreditando el estado de “vulnerabilidad” de la familia; logramos con suerte (si es que se puede hablar de suerte) llegar a la audiencia de vista de la causa. El patrón en su oportunidad negó todo. Negó que conociera a Gabriel, a su familia, que trabajaran para él, que vivieran en el campo, negó el accidente, negó que fuera su máquina y negó todo lo que pudo y lo que no pudo negar, también. En el sumario policial, que fue secreto durante cuatro años, recién ahora puede leerse que los jirones de la remera roja que el Gabi llevaba ése día quedaron colgando como bandera (de la ignominia, digo yo) en el carro silero. También se lee que el patrón era el mismo demandado y que la máquina del accidente le fue entregada en depósito a su dueño -el patrón- que firmó y recibió; entre otras cosas que también quedaron probadas en la audiencia de hace un par de días.
En esa audiencia, llamada vista de la causa, el juez está sentado en un estrado ubicado en un nivel más alto (símbolo de superioridad) del o la que debe declarar o confesar (prueba confesional) sentada en una silla de frente al magistrado que le hace las preguntas que solo debe responder por sí o por no. Yo le venía explicando, en el viaje al Tribunal, a Agustina, como iba a ser todo eso y ella se ponía cada vez más nerviosa. Entonces le dije: “Vos pasaste por la muerte de tu marido a los 39 años con una beba recién nacida y criaste tus cuatro hijos solita y sin un peso durante estos cuatro años. ¡Mirá si después de eso, no vas a podés contestar lo que te preguntan, cuando solo tenés que decir la verdad! La cuestión es que llegamos y justo se dio que un curso entero de chicos del secundario con su profesor, entraron a la sala a presenciar la audiencia. ¡Más pánico aún le entró a ella! Y yo, que la animaba: ¡acordate lo que te dije antes! La cosa es que cuando le tocó el turno fue la mejor de todas respondiendo preguntas; con la dignidad en alto.
Mientras que, llegado el turno del patrón, este, al terminar de declarar su sarta de mentiras, tuvo un exabrupto y sin poderse contener exclamó “¡y yo me tengo que comer este garrón!”. Nadie reaccionó a su insólita e increíble protesta y menos mal que así fue, porque había tanto para responder a semejante caradurez y soberbia; pero no era el ámbito ni el momento. Sí me queda muy en claro que para gente como esta, los trabajadores no son humanos.
En mi casa de la infancia había muchos libros, ya que mi viejo fue un gran lector. Por esa razón es que yo crecí entre libros. Hoy, al pensar sobre lo que iba a escribir en este espacio; por esos juegos que te propone la mente, vino el recuerdo de uno de esos libros, con muchas manos levantadas en su ilustración de tapa y su título Los condenados de la tierra , que por alguna razón quedó prendido en mi memoria. Por ello recurrí a internet – la poderosa herramienta- y dice que fue el último libro que escribió Frantz Fanon. Publicado en 1961 en Francia acompañado de un prefacio de Jean Paul Sartre (Éditions Maspero) .Frantz Fanon describe como opera la ideología dentro de la lucha colonial, en ella hay una ideología dominante maniquea que divide al mundo en blanco y negro, bueno y malo, lo virtuoso y lo vicioso, el hombre y la bestia, etc.; y que termina por justificar la violencia ejercida sobre el colonizado. Propone el autor, oponer a esa violencia otra mayor; pero no es un análisis político lo que me condujo a mencionar este libro ni a elegir su título como el propio de mi presentación ni tampoco soy tan pretenciosa como para encontrar la solución a un problema de siglos; sino sólo contribuir con mi pensamiento a un análisis más cercano y veraz de lo que ocurre en la realidad. Algo está muy mal en el sistema creado para reparar los daños ocasionados por el trabajo en la salud y en la vida de los argentinos que no consigue el fin buscado o que lo consigue demasiado tarde y urge entonces modificarlo.
Soy abogada dedicada al derecho del trabajo y como tal asisto, ayudo, aconsejo y represento a los trabajadores que luchan por sus derechos. No utilizo el término defender acá, porque entiendo que uno se defiende cuando es atacado y en el caso de los trabajadores, no se trata de un ataque sino de una exclusión lisa y llana. Son los olvidados y excluidos por un sistema que se niega a reconocerlos como parte del mundo del trabajo y como acreedores del derecho a la salud y a la vida. Y son los trabajadores rurales, aquellos que producen los necesario para la vida humana, que en alta proporción no están registrados por aquellos que se benefician con su fuerza de trabajo. El mismo sistema cuyos responsables son las ART cuya eficacia tan orgullosamente enarbolan estos propios sujetos y sus operadores a tal punto que muchas decisiones judiciales de los últimos tiempos y mucha fundamentación de normas se basan en la premisa “hay que defender el sistema”. Tampoco la jurisdicción judicial, está funcionando con la eficiencia que reclama la vida de los justiciables. Esta familia, derecho habientes los llama la ley, del trabajador muerto, hace cuatro años que espera el resarcimiento debido por la muerte del conviviente y padre y deberá esperar otros cuatro, cinco, diez o no sabemos cuántos años más para que sus derechos sean satisfechos y toda esa demora opera por la sola voluntad del empleador que con la negativa de los hechos provoca que la burocracia y lentitud de los procesos judiciales se prolonguen de manera tal que la vida transcurra, hasta que esos niños privados en su infancia de sus derechos constitucionales a la salud física y emocional, a un buen ambiente, un hogar equilibrado, a los juegos y a disfrutar de esa etapa de inocencia en la vida, se conviertan en adultos tristes y frustrados que siguen esperando que la justicia toque finalmente a sus puertas.
Y es tan ineficiente el sistema que aún, para quiénes tienen la suerte de haber sido registrados pero la desgracia de sufrir un infortunio (Infortunio es el eufemismo usado en la ley, como si fuera cuestión de poca fortuna, cuando en realidad son malas condiciones laborales y medio ambiente en el que se produce el accidente o enfermedad del trabajo), también en no pocos casos deben transitar lentísimos procesos judiciales para lograr los resarcimientos debidos por los sujetos del sistema.
Considero por ello, que un objetivo necesario, urgente, imperioso y prioritario es la creación de conciencia en las nuevas generaciones sobre el concepto del ser humano trabajador y sus derechos inculcando especialmente en aquellos que tendrán la posibilidad en el futuro de ocupar cargos políticos, judiciales, empresariales una fuerte ideología humanista en fuerte contraposición a las nuevas propuestas libertarias y esclavistas de siglos pasados pero hoy reflotadas ; porque no sobrevivirá mucho tiempo más la humanidad con la existencia de condenados y excluidos de la tierra.
María Laura Ruedi -Abogada - Villa Maria – Provincia de Córdoba. Mención del 14° Concurso SIN PRESIONES Expresión escrita de lxs trabajadorxs Organizado por el ISLyMA , 24 de agosto de 2023
El Jurado expresó: Es la voz de una abogada laboralista que nos trae el relato desgarrador del trabajo en el campo “…poner el cuerpo, la fuerza de trabajo y seguir adelante”; “…él y su mujer, su familia, todos y cada uno”.
Hubo un accidente trabajando con la máquina que tritura la comida para las vacas y un brazo que se corta, se pierde y la muerte de un trabajador. Un patrón que “corre” a la familia, y una familia que se queda a la buena de dios. La autora habla de la ideología colonial de Fanon y de un mundo injusto en el que se justifica la violencia ejercida sobre el “colonizado”; lo hace porque quiere reflexionar sobre el sistema creado para reparar los daños ocasionados por el trabajo, en la salud y en la vida.