Mención 13° Concurso “Sin Presiones” Expresión Escrita de lxs Trabajadorxs

Título: El anclaje

 

Oswaldo Guayasamin

Oswaldo Guayasamin

El hombre llego hasta la puerta del consultorio del licenciado Eduardo       Prado, auditor psicológico de la obra social.

Golpeó la puerta y esperó a que desde adentro la voz le autorizara el         paso.

– Hola Doc. ¿Cómo estás? ¿Que novedades tenés de Eugenia?

– Hola chango. ¿Qué haces? Mirá… la verdad no son buenas las                noticias. Ella ha perdido contacto con la realidad. Me

dicen los médicos que la atienden que no es bueno el pronóstico.

– Pero ¿cómo es posible…? Sabés que no puedo imaginar eso que haya perdido contacto con la realidad

– La mente es un misterio. A veces cuando el sufrimiento es inmanejable se desconecta a fin de cesar ese dolor y tratar

de conservar la integridad. Bueno es como que salta un fusible… viste?

– Y cuando se vuelve a conectar?

– A veces no vuelven a conectarse. Y es lo que está pasando con Eugenia. No logran generar un anclaje…

Froilán regresó a su pueblo y en el viaje sus ojos se perdieron en el recuerdo y no podían retornar de aquellos momentos

recientes en donde con Eugenia compartían mates mientras conversaban o leían a Foucault, Habbermas, Saucier y a

veces los debates que generaba Marx.

Eran momentos que se daban al amparo del sindicato del cual Froilán era delegado y Eugenia  afiliada y militante.

Ella había llegado al local sindical cuando ya no pudo soportar más el constate mal trato que recibía en su lugar de

trabajo.

Froilán recordaba aquella tardecita casi noche. Estaba frío. El cielo nublado. En la calle se fundían  en la misma bruma el

humo leñoso de las chimeneas y una niebla que casi nunca bajaba. Ella abrió la puerta como quien huye de una

borrasca buscando.

– Pero que bueno verte por aquí Euge…!

– Hola Froilán, necesito que me ayudes. Bah… no sé si podés…Si el sindicato puede…

– Claro. Si. ¿Pero, no querés sentarte?… ¿Te preparo unos mates?… Tranquilizate… No pasa nada. Alguna solución

siempre hay. -le respondió intentando apaciguar la ansiedad-

– Es que creo que me van a echar del trabajo y no sé qué carajo voy a hacer. -agregó ella buscando sentarse a la mesa

donde reposaban libros, volantes, y los siempre vigentes mates y termo  – Vos sabés…tengo tres chicos que todavía son

chicos. Me falta mucho. Tengo que hacerlos estudiar para que tengan mejores oportunidades.

– Bueno. Pará… Tranquilizate mujer y contame… qué moco te mandaste para que quieran despedirte?

– Me pidieron otra vez que venga a trabajar el domingo. Y el domingo es cuando estoy más tiempo con mis hijos,

preparo las cosas para la semana. Y por la tarde salimos a pasear con mi cuñada un rato… A veces vamos al río a tomar

unos mates mientras los críos juegan. Es un momento necesario para desenchufarme. Te juro que desde que murió

Mario no he vuelto a tener paz en mi vida. Y en el laburo te tenés que bancar a cada cliente pelotudo que te quiere

levantar porque te ven sola y te creen desamparadas y me da mucha bronca, pero hay que hacerse la boluda y sonreír.

A veces quisiera tirar todo a la mierda, te juro… pero… qué sería de los chicos? Ay Froilán, vos sabes que no tengo

problema de laburar, pero ya no quiero trabajar gratis. Me parece que no es justo.

– Obvio que no es justo…! ¿Pero querés contarme que fue lo que hiciste?

– Le dije que no.

– A quién? ¿No qué?  - insistió él sin poder comprender.

– A mi patrón… que no iba a venir a trabajar el domingo y ningún otro domingo. Me va a echar a la mierda -repetía

mientras la frase era cortada por un sollozo profundo…-

– Esperá te traigo un vaso de agua… Tranquilizate.

– Froilán trajo el vaso de agua, ella lo tomó a sorbos y poco a poco fue serenándose.

– Mejor? – Indagó el hombre.

– La mujer asintió en silencio mientras buscaba en su bolso un pañuelo para limpiar el llano que había inundado su

rostro.

Ya más tranquila miró a Froilán como reclamando repuestas.

– Mirá Euge, no te pueden echar por ejercer y defender tu derecho. Así que veamos lo que vamos hacer. En primer

lugar, le vamos a comunicar a los compañeros de la sede central para que nos orienten y porque esto funciona así:

cuando tocan a uno de nosotros nos tocan a todos. En segundo lugar, vamos a hacer una inspección mañana mismo

para dejar constancia que vos y el resto de los compañeros están cumpliendo con sus tareas. Les vamos a pedir los

recibos los sueldo de los últimos tres meses y comprobantes de pago de los beneficios sociales. Que indiquen las tareas

que vos y cada uno de tus compañeros tienen y que presenten planilla de horarios y descansos.

Eso es lo que se me ocurre que habría que hacer medio urgente, seguro los compañeros de capital después no dicen

que más hacer.

– Pero eso no me va a deschavar que vine a pedirles ayuda? No será peor.? -manifestó preocupada.

– No Euge. Los patrones siempre te van hacer creer que el sindicato es mala palabra y que los sindicalistas somos todos

corruptos y ladrones… No es así. Existen muchísimos compañeros y compañeras comprometidas con el puesto y la

tarea para la cual fueron elegidos. No te voy a mentir. Tu patrón se va a poner como loco. Pero es un problema de ellos.

No somos nosotros, ni vos ni el gremio los que violamos las leyes. Son ellos.

Además, era cuestión de tiempo. Aunque no vinieras en el último plenario de decidió retornar a la costumbre de hacer

revelamientos de los lugares de trabajo con más frecuencia.

Es importante que sepas que no estás sola, y que nunca lo vas a estar mientras vos quieras que te acompañemos. Pero

aun cuando decidas abrirte, vamos a seguir exigiendo que se garanticen los derechos de cada trabajador o trabajadora.

Desde ese día Eugenia comenzó a ir más seguido a la sede. Después de terminar con su trabajo se daba tiempo para

pasar por unos mates y charlar con Froilán y algunos otros compañeros y compañeras sobre aquellos intereses

comunes. El compañerismo fue dando paso a una amistad que superó los limites laborales y las visitas y comidas entre

las dos familias comenzaron a ser algo habitual.

La entidad gremial editaba una revista llamada Limen, que además de las noticias gremiales contenía artículos que

despertaban el interés de los afiliados y que hacía que de ese medio un generador de debates sobre temas cotidianos.

Se entregaba de modo gratuito a todos los afiliados de la provincia. Y Eugenia era las que esperaba ansiosa cada

número. De a poco fue haciendo de ese sitio un lugar donde encontró el amparo que buscaba esa fría tarde que llegó

empujada por la angustia. Su situación laboral había mejorado. Ya no la acosaban para que trabajara fuera de los

horarios establecidos. Había vuelto a realizar algunas otras actividades para su propio disfrute. Comenzó a ir a la

academia de baile para aprender folclore con un grupo de adultos. Había recuperado el tiempo que le pertenecía. Ya

cuando pronunciaba la palabra “compañero” no le sonaba extraño. Se sentía identificada con esos y esas que así

llamaban a sus pares. Además encontró un lugar donde festejar el cumpleaños de sus hijos y el suyo propio. Se

interesaba por la situación laboral de las demás empresas de la actividad y de otras personas con quienes había

entablado relación durante asambleas o celebraciones. Participaba de las excursiones que organizaban lo trabajadores.

Su vida había cambiado radicalmente y sentía que las penas que aún la aquejaban no pesaban tanto como hacía cuatro

años, cuando comenzó a sentirse parte de ese colectivo con similares intereses. Es que en los pueblos del interior suele

ser más difícil reconocer la pertenencia de clase. En esas comunidades tan domésticas las relaciones vecinales llevan a

confundir al patrón con el amigo. Pero lo cierto es que a la hora de disfrutar los beneficios del trabajo la repartija siempre

va en desmedro de los trabajadores.

Eugenia y sus hijos se habían integrado plenamente a ese grupo.

Una mañana el celular de Froilán sonó antes que el despertador. En medio de la oscuridad de la habitación manoteó

sobre la mesa de luz y todavía con los ojos cerrados se lo puso en la oreja y pronunció un “Hola” apelmazado por la

modorra. Del otro lado Claudia, la cuñada de Eugenia le informaba que durante la madrugada debieron internarla con

una crisis nerviosa.

Esa mañana Froilán se comunicó con la Obra Social del gremio y desde allí pusieron todo a disposición para la familia

de Eugenia encontrara las mejores alternativas para atenderla.

Habiendo transcurrido dos días sin tener repuestas favorables a los tratamientos que se le dispensaron. Los médicos

tratantes recomendaron el traslado a un centro de mayor complejidad en la capital. Y así se hizo de inmediato.

Eugenia despertó en una habitación con paredes acolchadas, miró el blanco que la rodeaba y perdió sus ojos en el

techo, también blanco. Aunque no podía pronunciar palabra alguna y su voluntad no le pertenecía, supo que sus brazos

y piernas estaban sujetas por gruesas correas.

Estaba sola en esa habitación. Sólo cuando venían a medicarla o cuando la psiquiatra que la trataba venía a evaluar su

estado, eran los mínimos momentos en que eludía a su soledad. Le hablaban, y ella no respondía. Era como un ente

que estaba ocupando un lugar, pero su conciencia era un interrogante inconmensurable.

Cuando Froilán regresó a su pueblo, durante el viaje leía el último número de Limen y recordó con qué ansiedad

esperaba Eugenia la aparición de la revista.

Ni bien llegó a pueblo le llamo al licenciado Prado.

– Hola. Eduardo? Vine pensando en lo que me decías de Eugenia. Eso del anclaje y…. no sé.

¿Eso que necesita puede ser un objeto?

– Si. Bueno. En realidad, no sé. ¿Por qué preguntás?

– Porque me acordé que a ella le gustaba mucho leer la revista del gremio y se me ocurrió que quizá podrías acercarle

alguna. No sé. Es una ocurrencia nomás. Tal vez porque quiero que se recupere…

– Mirá. Hay que probar todo. Pero recordá que su estado es muy delicado y no es bueno que nos generemos muchas

expectativas.

– Dale. Te agradezco todo. Nos estamos viendo.

Tres días después Froilán recibe una llamada de Eduardo.

– Che Froilán, ¿Cómo estás? Recién vengo de la clínica. Le llevé unas LIMEN a Eugenia

– Y.…? ¿Cómo te fue?

– Bien. Muy bien. Me dejaron pasar entonces le di la revista y le dije que las enviabas vos.

– Y.…? – volvió a preguntar Froilán mientras su pulso se aceleraba ante la incertidumbre.

– Fue raro. Me miró se acercó extendió las manos en silencio, miró las revistas, sonrió, las tomó y se las llevó al pecho

en un abrazo, se dio vuelta y se sentó en la cama. Hojeaba la revista y volvía a llevarse al pecho.

– Entonces es bueno? ¿Funcionó lo del ancla?

– No sé. Se me ocurrió cuando venía en el bondi. Ella esperaba siempre muy ansiosa la aparición de la revista y como

pasó momentos muy lindos con nosotros y pensé que podría recordarnos y de esos momentos y le dieran ganas de

volver.

Un mes después Eugenia salía de alta. Ni bien llegó a la vereda de la clínica le llamó a Froilán para sorprenderlo con la

nueva buena, pero ella fue la que se sorprendió…

– Froilán? Hola cumpa. Estoy de alta y me voy al pueblo. -dijo con mucha alegría- Mañana nos vemos.

– Eh…!!! Qué bueno cumpita querida. Pero mañana no va a poder ser. Que sea más adelante. Pasa que quizá se me

corte la comunicación porque voy en una ambulancia rumbo a la capital. Es posible que nos cruzamos en el camino. Ja

ja. Anoche se me atravesaron dos infartos.

– En serio? – preguntó incrédula y preocupada.

– Si.

– Ah..! Cuidáte mucho y volvé porque tenemos mucho por hacer y discutir todavía. Si yo volví vos también tenés que

volver. -fue el desafío lanzado por quien venciendo a la locura lo ofrecía a su amigo como un conjuro para a vencer a la

muerte.

Finalmente, el abrazo se postergó dos meses. Cuando volvieron a juntarse mate de por medio, Eugenia le contó lo

importante que fue para ella ver la revista.

– Cuando la vi sentí mucha alegría. Porque fue como que ustedes, mis compañeros iban a rescatarme de ese calabozo

silenciosamente blanco.

En la actualidad Eugenia y Froilán comparten momentos en el coro del pueblo. Froilán dejo el sindicato por prescripción

médica. Eugenia se fue otra empresa y espera la jubilación.

La empresa anterior debió afrontar varios juicios por acoso laboral y el caso de Eugenia fue el disparador.

Eugenia y Froilán no dudan en reconocer que sus problemas de salud están íntimamente ligados a las condiciones

desfavorables en el trabajo y las presiones de una economía que hace cada vez más difícil cubrir las necesidades del

hogar. Así lo cuentan ambos en la nota que Eugenia escribió en LIMEN.

De hecho, Eugenia fue la primera en leer este relato y aunque nombres y circunstancias se cambiaron para preservar su

identidad, no pudo evitar humedecer los ojos.

– Es el único caso que conozco que una revista sirve de ancla- dije en tono de broma para sacarla de ese momento

dramático.

– No compañero, no es sólo una revista… fueron el montón de manos que simbolizan esa revista y ese logo del sindicato

las que me tomaron, me abrazaron y me trajeron de nuevo.

 

Sergio Martín Coria – Villa Dolores Pcia. de Córdoba. -  Periodista – Fotógrafo  

Mención del 13° Concurso  SIN PRESIONES  Expresión escrita de lxs trabajadorxs

Organizado por el ISLyMA , 2 de agosto de 2022

 EL JURADO EXPRESÓ: Chico Sibaro (su seudónimo) nos introduce en una emocionante historia de compañerismo, solidaridad de clase y defensa de los derechos que ubica en el centro de la escena el sentimiento de pertenencia y la camaradería como elementos centrales para la construcción de redes de sostén que nos permitan superar los malestares que ocasionan las condiciones laborales y económicas desfavorables.

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