UN PSICÓLOGO EN TIEMPOS DE PANDEMIA
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- Dale! ¡vos podes!! Es simple para vos que te gusta escribir. ¿Cómo que no podés escribir tres o cuatro hojas de lo que nos ha tocado vivir como trabajadores de la salud en éstos últimos dos años?
- No puedo Laura, le respondí a mi colega que desde se enteró del concurso no para de insistirme en que escriba un relato sobre nuestra experiencia.
- ¿Cómo no vas a poder? Horas de cada día durante meses, que digo meses, casi dos años. Casi que no hablamos de otra cosa en éstos últimos tiempos, sosteniéndonos ante tanta incertidumbre, dándonos ánimo ante tanto sufrimiento ¿y ahora me decís que no podés contarlo? No te creo.
- No me interesa ganar un premio, le respondí ante su insistencia tratando de sacarme la presión de encima.
- Y quién te dijo que escribas por un premio? respondió ofuscada. Y continuó hablando, enfatizando sus palabras, con gran convicción en lo que expresaba:
- Vos escribís, te gusta y a mí me gusta tu forma de narrar historias ¿Qué mejor oportunidad para contar nuestra historia, lo que nos tocó vivir? No es por vos ni por un premio, te lo pido por mí, por nosotros, por los compañeros vivos y muertos. Si yo tuviera tu habilidad ya hubiese mandado ese bendito relato, pero ya sabes, no es mi fuerte, por lo que delego en vos la tarea de que tus letras nos expresen y representen.
Luego de esto no me habló durante el resto de la jornada más que lo indispensable para coordinar las actividades que hacen a nuestra labor cotidiana:
- Yo voy a la guardia a ver cómo está la joven que ingresó por intento de suicidio, me dijo en un tono de voz frío y nada habitual en ella. Y continuó dándome indicaciones: -Hay una interconsulta de internación, habitación 107, es una señora mayor muy angustiada, tiene covid y está en aislamiento así que ponete todo el equipo de protección y la máscara, además del N95.
- Sí, gracias. Dije tímidamente. Pese al malestar que nos generó la discusión no dejó de advertirme que me cuidara. Debo reconocer en Laura esa inmensa actitud protectora, no solo con sus pacientes sino también con sus compañeros. Lleva su vocación en los genes, pensé.
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Hoy es 25 de junio, en dos días cierra el plazo para presentarse al concurso, hace más de un mes que transcurrió esta conversación con Laura y si bien no volvió a insistir sobre el tema sé que hay cierta decepción en ella ante mi negativa. Y sé que en el fondo tiene razón y es una razón que ambos compartimos. No es en vano que ejercemos desde siempre nuestra vocación en la salud pública. Hemos atravesado toda la gama posible de precarización laboral: becarios, monotributistas, contratados y al fin, luego de varios concursos ganados y que nunca llegaban a resolverse, pasamos a planta. Quienes trabajamos en la salud pública sabemos de violencias simbólicas: el trabajo mal pago, el trabajo no reconocido, la ausencia de carrera laboral, etc. Sin embargo, permanecemos allí en los lugares más incómodos, intentando alojar los sufrimientos humanos. El hospital público, si bien es abierto a toda la población, recibe mayoritariamente a gente humilde, desempleados, empleados en negro, muchos van allí por no tener obra social. El hospital público es el refugio de los más vulnerables. Ser un trabajador de la salud pública no es cómodo y sólo puede serlo si uno está allí por vocación y convicción.
Por la vocación, por la convicción y por la entrega de mis compañeros trabajadores, incrementada hasta límites impensables en éstos últimos dos años, por afrontar la enfermedad y la muerte y en tantos casos sucumbir ante ella. Por todo esto sé que Laura tiene razón y aunque el tiempo me corre para entregar éste escrito y se me anuda el alma al recordar, hare lo que debo hacer.
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Intento un relato, pero éste se vuelve poema, la prosa se acorta en versos. No puedo describir ya que recordar y revivir se traduce en imágenes, vivencias y sensaciones que cuerpo y alma, mente y corazón no terminan de procesar. Quizás el tiempo ayude a elaborar y pueda explayar en un relato lo que ahora se condensa: emociones, percepciones, huellas que quedan registradas en lo más profundo del ser y giran en círculos atravesando la cotidianeidad.
Continuar, éste oficio de respirar y seguir dando batalla, afrontando la adversidad, aportando herramientas ante el sufrimiento, contener, alojar, cuidar…ya habrá tiempo de procesar. ¿Llegará el tiempo de comprender y de sanar? ¿Hasta dónde llegan nuestras fortalezas? ¿Hasta dónde nuestra capacidad de salir inmunes ante tanto dolor y seguir dando respuestas? La intensidad de la tarea no nos da el tiempo de parar.
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Me remito al 20-3-2020, el presidente anuncia por la tv el inicio de la cuarentena y el aislamiento preventivo, social y obligatorio. El enemigo invisible acecha y no hay armas para defenderse más que refugiarse, recluirse. Pero, por ser personal de salud, nos declaran esenciales. No soy médico, ni enfermero, ni fisioterapeuta. No estoy en la “primera línea de batalla”, como designan a aquellos que están cuerpo a cuerpo luchando contra la enfermedad. ¿Qué hace un psicólogo ante un virus? me preguntaba. El tiempo me traería las respuestas…Escribir me ayuda a mirar y a mirarme, a tratar de entender. Encuentro un poema que escribí por esos tiempos:
NO SOMOS HÉROES
En viaje a mi trabajo transito calles vacías,
gente oculta en sus guaridas,
silencio, inerte quietud.
Puentes y peajes sitiados por gendarmes,
me interrogan, me piden credenciales,
me siento un extranjero en mi propia casa.
El desconcierto se respira en el aire,
los fantasmas crecen,
la incertidumbre se trepa
a la enredadera de los miedos.
En viaje a mi trabajo voy navegando
en mi barca solitaria sobre un mar a la deriva.
Laten tristes sentimientos,
golpean los recuerdos de los compañeros muertos,
aromas de nostalgias impregnan éstos tiempos.
Nos declaran esenciales,
nos aplauden como a héroes,
nos sitúan en la primera línea de batalla,
mientras yo sólo deseo,
en éstos tiempos de aislamiento, enfermedad y muerte,
no alejarme ni un instante
del brillo intermitente de tus ojos.
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Los psicólogos que trabajamos en hospitales públicos estamos acostumbrados a trabajar con el sufrimiento, la crisis, la urgencia, lo traumático, el dolor emocional. ¿Qué hace un psicólogo en tiempos de pandemia, ante un virus que ni los especialistas conocen su origen, su comportamiento, ni su antídoto?, me pregunté tantas veces. El tiempo traería las respuestas, lo vivido en estos últimos dos años trascendió los límites de lo que en mi rol profesional pude imaginar y en lo personal atravesó mi ser en toda su plenitud. Un segundo poema que escribí en el pico de la pandemia trajo todas las respuestas a mis interrogantes:
IMÁGENES DE PANDEMIA
Camino por los pasillos del hospital,
lúgubres túneles silenciosos,
salas repletas de irremediables soledades,
cuerpos entubados, trémulas agonías interminables.
Deseo infinito de aferrarse a la morada, a los seres queridos,
de no entregarse al desarraigo ni sucumbir al despojo.
¡Respirar…respirar como se pueda!,
la vida debatiéndose entre un aliento y un suspiro.
Asisto a una interconsulta,
mi escucha y mis palabras intentan alojar
un alma angustiada,
miedo de partir, del fin, de dejar lo que se ama,
dolor de exilio irrevocable.
Palabras de sostén y de aliento fluyen como pueden
desde mi rostro de ilegibles gestos,
rostro oculto y lejano detrás de una máscara y un barbijo.
Transito entre almas solitarias
aisladas de sus familias, sus amigos, sus afectos,
gravita un dolor desahuciado sobre mi capacidad de consuelo.
Intento aliviar sus miedos afrontando mis propios miedos,
el riesgo de contagio impone distancia,
impide el abrigo de un abrazo,
relatos que fluyen entre lágrimas.
Y sus vivencias y sus dolencias.
Y mi escucha y mis palabras …
todo confluye buscando calmar la sed
que anida en esas almas. -
Walter Guillermo Palladino - Mendiolaza Pcia. De Córdoba
Psicólogo – Actividad: Hospital Pcial. De Unquillo -
EL JURADO EXPRESO: El “sobre viviente” (su seudónimo) nos invita a reflexionar sobre el para qué escribir. Denuncia, metabolización de vivido, tiempo para parar, mirar y mirarse, tratar de entender, deber para con lxs compañerxs, etc. Llevándonos por los pasillos de un hospital público describe la población que allí acuden y los padecimientos de pacientxs y trabajadorxs del hospital. Resalta el compromiso, la convicción y la vocación para desempeñarse en contextos adversos, pero en un llamado que se convierte grito desesperado nos advierte “¿hasta dónde llegan nuestras fortalezas?”. ¿Cuánto más podemos esperar de trabajadorxs de la salud con malas condiciones laborales que “cuidan, aloja, aportan herramientas” a sectores con múltiples carencias? Ese abrazo que no se pudo dar, ese gesto que la mascarilla tapó son marcas que la pandemia en los trabajadores dejó.
El relato plasma con total realidad el sentir y visión del narrador de la pandemia desde adentro del hospital y en un rol que tuvo que amoldarse al contexto (como todxs), aun cuando, como bien se cuestiona ¿Qué hace un psicólogo en tiempos de pandemia, ante un virus…?