Toyotismo

 

Hoy lo acompaña el Horacio, su hijo mayor, apenas 14 años.

No irá a la escuela. Pero hace falta su ayuda.

La madre no está muy de acuerdo. Pero entiende.

 

Y éso, el entender ayuda.

El otro día había encontrado unos guantes de soldador, usados, por supuesto con quemaduras.

Pero todavía sirven.

Esos de descarne, viste.

Le quedan grandes al Horacio, pero le insiste que los use.

Que no se arruine las manos como él.

El cartón y el papel pueden cortar fiero y en las maderas, en los listones y tablones puede haber algún clavo.

Hoy van juntos porque ayer le avisaron de mucho cartón en el taller nuevo al otro lado de la circunvalación y de madera.

Van con el carro más grande.

Por eso hoy tiene que ayudar el Horacio.

Tal vez deban hacer dos viajes. Ojalá.

A él hace rato que le duele la espalda. Bueno, también la cintura.

Doña Carlota, la gringa que es medio bruja curandera, aunque en verdad es enfermera en el dispensario del barrio; hace rato que le dijo que se debe fajar cuando sale con el carro.

Le dijo que consiga de las fajas esas, de las elásticas, de las ortopédicas. O de las que usan en la sobras o en las fábricas.

¿De dónde? Si hay días en que solo consigue cartón del bueno como para parar la olla y nada mas.

Que se compre una faja. . .  tal vez mas adelante.

Hoy es cuestión de juntar y traer todo lo que se pueda del taller nuevo.

Hace rato unos muchachos de ahí lo tiene al tanto cuando llega material nuevo.

Dicen que están instalando una producción de inyección de plástico o algo así.

Con el carro grande pueden llevar mucho material y tiene buenas ruedas.

Se mueve mejor que el carro chico. Es como mas liviano.

Van a acumular todo ahí al costado de la casa; ordenado y clasificado.

Después vendrán a buscar todo el material con un camioncito.

Esa carga la hará solo con el camionero.

El Horacio vuelve a la escuela. No debe faltar mucho.

Está empezando la secundaria. Segundo año.

En primero le fue bien. Se llevó solo dos materias y en febrero salvó las dos.

Con la esperanza que los dos viajes desde el taller y las descargas no le jodan mucho la cintura podrá conseguir hacer la carga del camioncito.

El acopiador, viste, los del depósito, van a pagar.

Otro dato bueno es que desde el taller hasta la casa hay asfalto.

Eso significa menos pesado el camino.

Ni él ni el Horacio tienen buenas zapatillas. Están sanas, pero nada mas.

En verdad debe pensar en mejores zapatillas y en fajas.

Tiene miedo que su  cintura lo tumbe en la cama y no pueda cartonear todos los días.

Bueno, tampoco todos los días hay tanto para juntar.

Uno de los muchachos de la fábrica le dice “poli” por polifuncional.

Una vez le explicó que era la nueva forma de laburar en las fábricas.

Se hace la tarea principal pero se pretende que se hagan otras.

Y todo por el mismo precio.

Debe de tener algo de razón ya que lleva el carro, junta los cartones, las maderas, carga el carro y por último lo lleva arrastrando o empujando.

Tal vez hable con la chica de la farmacia para que le venda en por lo menos dos veces una faja.

Ella sabe que él siempre paga, nunca se atrasa.

El capataz o jefe de obra, hace unos meses, lo molestó porque no tenía zapatos de seguridad y otras pilchas de seguridad.

Por suerte entiende.

Ya ni molesta más.

Para estos viajes espera que no diga nada que el Horacio es menor.

 

Patricio Dürst  (Docente Jubilado) Ciudad de Córdoba.

 El Jurado expresó:   Narración excelente, que va hilvanando diversos aspectos de la precarización laboral, desde una mirada a la vez íntima, material / corporal, pero que permite pensar en un contexto complejo.

Narra sobre el vivir el día a día, sobre como los proyectos se difuminan en el cortísimo plazo. En ese entorno, la educación (los hijos), la salud (la faja), la seguridad (los zapatos) tienen que seguir esperando “mientras se pueda parar la olla y nada más”.