Desempleo en primera persona
Autor: Sin Depresiones
Un día abro la puerta del diario y me encuentro con una intimación: la empresa no paga el alquiler, dice la carta documento, y al toque recuerdo que nunca me hicieron aportes y existe una deuda con la obra social.
Más tarde, el taller contratado se niega a seguir trabajando y el periódico deja de imprimirse para siempre. Diario que no sale, diario que no existe, y para colmo estamos en fecha de cobro y no aparece un peso.
Me prometen que cobraré mañana; ahora el jueves, quizás el sábado, pero llego a fin de año sin el pan –dulce- ni la torta, y con más incertidumbre que contratado en el Estado.
Así, llega Enero. “Año nuevo, vida nueva”, pienso. Ni modo: la empresa avisa que no va a pagar nada ni a echar, porque no tiene con qué indemnizar.
Justamente ellos, que facturaron millones de pesos de publicidad oficial, de golpe aseguran no tener plata. Y acto seguido desaparece la web.
El silencio es total, pero sigo yendo al trabajo.
Por costumbre, nomás.
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Puerto Madero. La meca del empresariado argento en los ´90, y en la “década ganada” también. Piso quinto, oficina 114. SS se repantiga en el sillón, hace una breve intro acerca de lo mal que está todo y dispara: “Al diario lo vamos a cerrar. Y a ustedes, los trabajadores, les vamos a hacer una única oferta, a cobrar el lunes acá, en efectivo. Si no aceptan, el mismo lunes se van a dar cuenta de que se equivocaron”.
Los compañeros nos miramos; sabemos con quién tratamos, intuimos que es agarrar el mango o quedarnos sin nada. Salimos de la megaoficina poblada de retratos de Mickey, varias teles juntas a lo Elvis y cuadros de valor; en un aparte, la Gerenta de Recursos Inhumanos va al grano: la oferta inapelable consta de seis sueldos, bastante menos que los 17 que nos corresponden por convenio.
“Y, me parece que agarro” me dice mi compañero apenas salimos, treintaypico años, un hijo recién nacido y necesidades varias. A 720 kilómetros al Oeste, en Córdoba, el resto del equipo discute y los ánimos van variando, pero al fin y al cabo todos lo sabemos: es agarrar, o demandar.
O nada.
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Agarro, entonces, y atesoro el billete mientras las semanas transcurren, penosas, de chicle. El Argentino, el único diario gratuito que hasta el momento tuvo Córdoba, murió de eutanasia empresarial en febrero de 2016, tras casi tres años de existencia y varios meses de respirador artificial.
Los amigos me preguntan:
- ¿Y ahora qué estás haciendo?
-Dieta, respondo.
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El mail no se mueve, el teléfono está mudo. Estoy sin trabajo en el país de los despidos masivos y el tarifazo obsceno y sostenido, y los curriculums que envío a medio mundo tienen menos efecto que el programa Precios Cuidados.
La mayoría ni responde, otros se escudan en el negro panorama laboral; los menos son sinceros y te dicen que “nosotros también estamos jodidos”.
“Desde luego que sería un lujo tenerte en la redacción, pero la realidad indica que es muy difícil”, me confiesan.
Difícil. Muy. Lujo. Redacción. Palabras que día y noche aletean en mi mente.
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La redacción. El cierre, la adrenalina, la imprenta, la tapa. Puta madre, qué falta me hace la redacción. Debuté en una en 1997, trabajé en otra en 1999, mi primer diario. Ya llevo cinco, y una decena de radios, y algunas webs, y hasta una brevísima incursión en tele. Y tres carreras universitarias y decenas de cursos, charlas y seminarios y artículos y ponencias y… de nada sirve: no hay laburo, sin empleo sos casi un paria, y somos muchos -demasiados- los que estamos en la misma. 26.035 sólo en el sector privado, cuenta al momento de escribir estas líneas el mismo Estado, y le falta sumar a los más de 10 mil estatales que también se quedaron sin trabajo.
Casi 40 mil trabajadores condenados a apenas sobrevivir, como canta Víctor. En el mejor de los casos, porque la lista ya tiene muertos: Melisa Bogarín, madre de 30 cesanteada en el INTA Chaco, se desvaneció durante una asamblea; Yolanda Mercedes, auxiliar docente marplatense a la que le pagaron sólo 40 pesos, sufrió un infarto; y a Esteban Latorre, cesanteado en la Biblioteca Nacional, también se le paró el corazón.
El Estado que por acción u omisión nos deja sin trabajo nos deja también sin salud, sin futuro, sin vida.
Literalmente, nos mata. Y esto recién empieza.
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Engancho una changa en un portal. Editar, corregir, cargar notas. Tres lucas por mes, en negro, “y después vamos viendo qué podemos sumar”, aventura el dueño, entusiasmado.
Arranco el 22 de enero, con muchas pilas; el periodismo es una de las cosas que me mantienen vivo. Pero llega febrero y no me pagan los días trabajados el mes anterior. “Después te explico”, me dice, misterioso, el propietario.
Empieza marzo y cobro el mes trabajado, pero cuando pregunto por el saldo pendiente, silencio.
Promedia abril y noto que en tres meses cobré solo una vez. Y ahora me citan para decirme que no siga, que gracias por los servicios prestados. Si tengo suerte, cobraré lo que me deben.
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Me refugio en la escritura. En qué, si no. Hasta que una tarde, justo a la hora en la que a diario iba al trabajo, mi hijo más chico me pregunta:
- Papá, ¿hoy no vas al diario?
Un puñal. ¿Cómo explicarles a los hijos que por primera vez en muchos años estoy desempleado? Que usarán la misma mochila del año pasado, o lo que quedó de ella. Que hasta nuevo aviso se suspenden vacaciones, salidas, ropa y zapatillas nuevas, ocio y esparcimiento. Que apenas compraremos mercadería y nos aguantaremos mientras sale otro trabajo.
Si es que sale: somos clase media, pero ahora conocemos la famosa línea de pobreza.
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Injusticia y bronca crecen, juntitas. La angustia golpea la puerta, pero no hay plata para terapia, lujo de algunos pocos. Entonces descargo donde puedo: fútbol, bicicleta, vueltas y vueltas en la cama, sillón. Sobra tiempo compartido en la casa, abundan las rencillas nimias, disputas de cocina, malhumor a granel.
Me consuelo pensando que casi dos décadas de convivencia significan algo. Hastío a veces, si, pero también reservas para situaciones como esta.
Ahora mismo me contradigo: ponele que hay reservas.
Tengo la sensación de que en cualquier momento todo vuela por los aires.
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Una mañana entra este mail:
DIRECCIÓN GENERAL DE EDUCACIÓN SUPERIOR |
To: noresponder@e-ducativa.com
From: noresponder@e-ducativa.com
Subject: Últimos días para inscribirse Taller : Inserción exitosa al mercado laboral – Nueva noticia [GTT2-Bar]
Date: Thu, 14 Apr 2016 19:12:31 -0300
Adrián Camerano de la Localidad de Alta Gracia- Cba- Trabajaba en el Diario “El Argentino” (QEPD)
Del jurado: Muy buena descripción y redacción que en pequeños párrafos desnuda toda la precariedad que existe en el mundo, empresarial, contractual, negociar, remunerativa, institucional, etc. Mezcla la cruda realidad social como consecuencia de medidas políticas y económicas que llegan a matar trabajadores en plena lucha cuando son despedidos. Esto demuestra que lo más importante que puede tener un trabajador es su trabajo. El dramatismo familiar como puñalada (la pregunta del niño ¿papá, hoy no vas al diario?)
Las dificultades de la respuesta, reconocer es una derrota y condiciona su futuro. El despido disciplina y precariza más que cualquier causa. Se aceptan condiciones más inseguras y a la baja (salarios) para sobrevivir. Bronca, angustia e injusticia lo ponen en el límite.
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