El papel
Las jubilopatías son problemas originados
en la falta de adaptación vinculadas al retiro,
si se agudizan, estos síntomas pueden transformarse
en problemas cardiológicos o mentales graves…”
Dr. René Knopoff –Gerontólogo-
Lo importante comienza apenas dobla en la esquina. En ese instante, con el cuerpo aun siguiendo la inercia de las piernas en carrera, se da cuenta que no lleva el papel consigo.
Armando se desarticula por completo y se detiene en seco. Toca los bolsillos del pantalón, busca una y otra vez. Efectivamente, el papel no está. Algo pasa por su cuerpo, una sensación extraña de interpretar. Después chasquea los dedos y sigue caminando, como si hubiese advertido un error involuntario. El papel debe estar en otro de los bolsillos. Los pantalones tipo Cargo tienen muchos bolsillos y siempre le pasó eso de no encontrar nunca lo que busca en uno porque naturalmente está en otro. El negro pantalón tipo Cargo. ¡Si hablara! Fue parte de la primera ropa de trabajo que le dieron. Un Pampero. Hermoso. Cómodo. Ahora esta desteñido, pero nunca lo dejó de usar. A pesar de las dos mudas que le dieron año a año, éste siempre fue especial. Cómodo y especial. Fueron muchos días de reuniones con la patronal tratando de hacer entender que para el tipo de tarea era necesaria ropa de trabajo adecuada. Largas jornadas de negociaciones interminables, hace ya mucho tiempo. Los empleados nuevos de la fábrica, especialmente los más jóvenes, cuando pasan por la oficina de personal a retirar la ropa, ni se imaginan lo que costó conseguirla. Tampoco saben que Armando ganó en una partida de naipes con otros compañeros, en medio de la hora del almuerzo, que la combinación de colores fuese pantalón negro y remera marrón claro.
No hay caso. Ya buscó en los seis bolsillos y el papel no aparece. Entonces, la sensación extraña vuelve y decide regresar a su casa. Un paso le basta para pensar que en realidad no debería desesperar por no tener el papel en el bolsillo. En el segundo paso, opta por tomar el hecho con cierta calma, ni indiferencia ni exaltación. Calma, con calma, se repite una y otra vez mientras regula la marcha que había comenzado casi como un trote. Así, con calma.
El papel está sobre la mesa de luz de su dormitorio. Doblado en cuatro no parece más que una hoja cualquiera. Insignificante. Blanca por donde se la mire. De no más de veinte por treinta centímetros. Abre el papel con ambas manos y verifica que es ese y no otro. El escueto texto, los sellos y las enormes firmas están allí. Es éste. Y lee el título en vos alta para confirmárselo: Caja de Jubilaciones de la Provincia de Córdoba. ¡Acá estás, chiquito! Dice mientras vuelve a doblarlo. Ahora no le va a pasar como el viernes anterior, cuando llevó un papel equivocado. El abogado lo había tenido horas esperando fuera de la oficina y él con una nota en la mano, que no era. Cuando al fin entró y la extendió sobre el escritorio, el doctor Olegario Funes hizo una mueca de incredulidad. Armando supuso que el abogado pensaría: ¿Qué le pasa a este viejo pelotudo, no se querrá jubilar? Y lo único que le salió fue: Perdone, Olegario. Salí apurado y agarré lo primero que vi sobre la mesa. Ahora no le va a pasar lo mismo, repasa una vez más el escrito para confirmar que es el que debe llevar. Es. Lo pone en el único bolsillo de la camisa y vuelve a la calle.
Al llegar a la misma esquina, aminora la marcha. Saca el papel y comienza a leerlo. Lee en voz alta, pausada, como un niño que empieza a articular el invisible hilván de las palabras. Lee y no deja de caminar. Cuando toma conciencia de la situación, lo guarda rápidamente. No quiere parecerse a un loco hablando solo en la vereda. Al retomar el camino cae en la cuenta que eso no es lo que le interesa. Qué le importa si la gente lo toma como un loco. Qué es ser loco. No, no, esta vez no, es demasiado cavilar en estas cuestiones cuando únicamente tiene que alcanzar el papel de fuerte contenido al doctor Funes. Fuerte contenido, repite en voz alta y se siente a gusto con la categorización. Muy fuerte, piensa mientras pone el papel en el bolsillo. Tan fuerte como un cambio de vida.
En su oficina, el doctor Olegario Funes está molesto con él mismo por haber atendido un número no identificado en su celular. Decenas de veces le había explicado a Armando los pasos del trámite jubilatorio. Si surgía alguna nueva alternativa, era él quien debía llamarlo. Sencillamente no había caso, todos los viernes sin excepción Armando llamaba y preguntaba por el estado del trámite. Este viernes, vaya a saber porqué razón, Olegario estaba convencido de que el viejo Armando lo había comprendido. Pero cuando escucha la voz anunciando: ahora sí llevo la nota de la que le hablé, sabe que es tarde para colgar. Sin otra opción, Olegario, el doctor Funes, se levanta del escritorio, camina hasta la cafetera eléctrica y se sirve una taza grande, bien cargada. De pie, sorbe lentamente la infusión y espera a que el portero suene con tres timbres cortos y uno largo. Como cada viernes.
Como cada viernes Armando Barbosa camina con un papel doblado en cuatro en alguno de los bolsillos del pantalón. Aunque ahora, para evitar extravíos lo lleva en el único bolsillo de su camisa. En un acto resueltamente mecánico toma de nuevo el papel, vuelve a leerlo, no es extenso, en un par de leídas más lo va a repetir de memoria. El escrito contiene palabras difíciles, técnicas, propias del derecho. También hay transcriptos literalmente algunos artículos que por más que se afana en comprender, en cada repaso, en cada nueva interpretación, lo confunde más. Eso es, piensa, confusión, es lo que le provoca. Confusión, empieza a reiterar en voz cada ves más alta y caminando en círculos. Ha sobrepasado pocos metros la esquina donde recordó revisar los bolsillos para ver si llevaba el papel. La esquina donde leyó por segunda, tercera, cuarta, mil veces el papel. Esos pocos metros le bastan para comprender que lo que le provoca el escrito no son nervios ni desesperación, es confusión. Así se presenta en su mente, como una realidad clara e inobjetable: Armando se siente confundido. Son muchos años esperando este momento. ¿Y si es hoy cuando el doctor Funes le da la novedad que desde el primero del mes que sigue ya no tiene que ir más a trabajar? ¿Qué hacer? ¿Qué se hace en estos casos? No creo estar preparado, se dice. Camina hacia la calle y se sienta sobre el cordón. Dobla el papel en cuatro, lo convierte en un rectángulo más pequeño y después lo empieza a cortar por los pliegues. Con la perfección de un cirujano lo va transformando en un montón de papelitos diminutos, hasta contenerlos en su puño cerrado, como cuando se sostiene un poco de papel picado. Estira el brazo y muy lentamente va dejando caer cada trocito por entre la reja de la alcantarilla.
Sentado nuevamente al escritorio, Olegario Funes, abre el tercer cajón de la izquierda, remueve unas hojas y saca una carpeta de tapas transparentes que lleva un rótulo escrito con fibra color verde: “Armando Barbosa – Trámite jubilatorio”. La contempla unos segundos. Después la empieza a recorrer con uno de sus dedos. Apenas un roce, casi una caricia. El rostro de Armando aparece recurrente en su pensamiento. Le genera una suerte de cansancio. A tal punto que lo adormece. La taza de café se le resbala de los dedos y cae al suelo. Da un respingo en su asiento y al mismo tiempo que lanza un estruendoso insulto, da una patada a la taza que va a estrellarse contra uno de los vidrios de la doble puerta de ingreso a la oficina. En medio de esa acción, el celular vuelve a sonar. Es Armando.
? ¿Vos me dijiste que cuando llegase el día yo iba a estar exultante? Lo tutea. ¡Un carajo, me siento para la mierda!
? Te dije que yo te llamaba si tenía algo, Armando.
? Hace una semana que tengo el papel, ¿qué te pensás, que es fácil estar esperando toda una vida no laburar más? Ahora ni se que voy a hacer dentro de un minuto.
? Armando
? ¡Armando las pelotas, Papá! Claro, para vos es joda, cobras el porcentaje de los primeros sueldos y seguís en lo tuyo, ¿pero, y yo?…
El doctor Olegario Funes corta la llamada. Es el enésimo viernes con la misma perorata. Es el enésimo viernes con la voz de Armando trepanándole los oídos. El cerebro. El pecho.
Armando habla sentado desde el cordón de la vereda. No registra que la llamada está cortada. Habla y gesticula. Señala los papelitos hechos añicos. Putea. Cuando se siente confundido, putea. El texto de fuerte contenido lo ha confundido y lo ha llevado a romper el papel en diez o doce partes, eso le dice al doctor Funes sentado y actuando ademanes indescifrables. Los hice mierda, dice y vuelve a señalar la alcantarilla. Se pone de pie enérgicamente. Gira la cabeza y reconoce la placa de bronce empotrada en la pared junto a la doble puerta de madera que tiene uno de sus vidrios hecho añicos.
Revisa los bolsillos y no encuentra nada. Inspira profundo y deja escapar lentamente el aire. Calma, se dice, calma, y retorna a su casa en busca de una copia de ese maldito papel.
D. D. Largausencia
(*) Alejandro Castellani
Trabajo: Policía Judicial Min. Pub. Fiscal- Poder Judicial de Cba.
Del Jurado: La conmoción en la vida del trabajador al llegar la fantaseada jubilación lo satura de sensaciones y sentimientos encontrados. Magistral relato desde una perspectiva originalísima a partir de la suerte de “ese papel”. Incorporar a la Jubilopatía sugerida en el retrato de una breve secuencia de escenas muestra cómo la subjetividad del trabajador no se acota a su tiempo de ejercicio, sino también en este traspaso y a lo largo de toda su vida. También muestra una sensación y un vértigo generacional al “no estar ocupado” como hombre en riesgo de pérdida de su vida “útil”. Potentísimo relato.