En el trapecio
Laura es trabajadora de la Secretaría Municipal de Salud. Cada día, a las siete de la mañana, un lector electrónico registra la huella del pulgar de su mano derecha. Luego de ese acto regresa a su moto roja y conduce unas doce cuadras para ingresar al lugar donde cumple con sus tareas diarias. Cuando estudiaba Trabajo Social lo hacía soñando que algún día trabajaría para el Estado e intervendría en diferentes casos aportando soluciones. Desde hace tiempo no sabe si esto que hace tiene mucho que ver con aquel sueño. Por empezar siente que ha tenido que ir tolerando varias cosas que le imponen. Esa mochila le cae sobre las espaldas cuando su pulgar es iluminado por el lector láser.
Sabe bien lo que tendría que hacer durante cada jornada laboral; visitar tal o cual hogar; realizar el informe para esta o aquella familia, etcétera. Pero sus certezas mueren cuando piensa en el Secretario o la “referente” del Centro de Atención Primaria de Salud adonde llega cinco minutos después de registrar su ingreso al trabajo. Es habitual que algunas de estas personas, que son sus jefes inmediatos, le ordenen cuestiones que no están previstas y no responden a ningún criterio lógico o profesional. Nunca pensó que el ejercicio de su profesión estaría tan atravesado por el tipo de relación laboral. Pero es así, sus criterios profesionales suelen oponerse a lo que le dictan sus jefes, pero ya no puede resistirse a lo que ellos deciden. Al principio peleaba defendiendo la necesidad de hacer las cosas con criterio profesional, esto fue así hasta que estuvo al borde del despido. Allí sintió el miedo de no poder pagar el alquiler, no saber qué se va a comer, la cuota del colegio de su hijo, los intereses de las deudas y todo lo que le hizo entender que por ser personal bajo relación laboral precaria su permanencia en el trabajo estaba en las manos de aquellos a quienes pretendía discutirles órdenes.
En realidad, desde ese aspecto, su caso no es muy particular, la mayoría de quienes trabajan en el Municipio de Villa María lo hacen bajo una relación precaria. Cuando digo la mayoría estoy refiriéndome, por lo menos, al setenta por ciento del personal. Y cuando digo precario, estoy hablando de contratados y facturantes a quienes se les niegan derechos básicos que, se supone, tienen asegurado por ley. Algunas de esas personas llevan más de dos décadas bajo esa situación laboral, cuestión que afecta muchos aspectos de sus vidas.
El trabajo tiene mucho que ver con la inscripción social y la identidad que vamos forjando en el transcurso de la vida. Cuando ese trabajo se da en condiciones dignas asegura otros derechos al permitir acceder a lo necesario para el sustento, educación, vivienda y demás. Pero cuando la relación laboral se aleja de lo digno, somete a lo/as trabajador/as a situaciones que impactan en su salud y los aleja de cualquier idea de realización.
Laura siente que su ingreso al trabajo estatal no fue un sueño cumplido, por el contrario muchas veces lo siente como fuente de frustración al no poder realizar una buena práctica profesional, para la cual se preparó durante tantos años. En sus primeros años ideaba estrategias para intentar hacer lo que su profesión le indicaba como correcto, pero luego se fue cansando y le ganó el miedo a quedarse sin trabajo. Con el paso de los años todo se fue naturalizando, la precariedad embebió cada aspecto de su vida. Como a todos sus compañeros precarizados todo se le ha tornado presente, el futuro duele porque depende de sí renuevan el contrato, si aceptan la factura por el trabajo realizado, si no decae la simpatía que le tiene el jefe. Todo atado con el mismo hilo fino que sostenía a sus compañeros de trabajo a quienes, un día, les dijeron que se cortaba, que ya no necesitaban de ellos.
Hace un par de años que Laura hace terapia, toma Humorap para su depresión. No pudo pedir licencia, decir que sufre violencia laboral terminaría con su trabajo. El médico que es su jefe prescindió de compañeros que reclamaron por cosas más sencillas. Laura trata de que su lealtad al jefe quede fuera de toda duda, si hay que acusar alguna compañera lo hace. Se contenta pensando que si antes no lo hubiera hecho era por defectos de la juventud, pero ahora, razona, es más grande y sus valores son distintos, se apegan a la necesidad de conservar el trabajo. Por allí ese discurso falla, se agrieta, y no se siente muy bien con ella misma. Pero no le dura mucho, al rato sucede algo que le recuerda que toda la previsibilidad de su vida pasa por la decisión de ese jefe que le grita, que le mira los senos, le pide que en sus informe escriba tal o cual cosa, que concurra a los actos políticos de la campaña y le recuerda que de él depende seguir cobrando sueldo los meses.
En esos actos suele escuchar hablar, incluso a su jefe, de derechos laborales, de una sociedad justa, de tantas cosas alejadas de las prácticas de esos funcionarios que debe apelar a su otra pastilla, la que le hace dormir más de seis horas. Por ahora es su única manera de bajarse un rato del trapecio, dejar de hacer equilibrio, encontrar un poquito de estabilidad.
Jesús Chirino – Villa María Pcia. de Córdoba – Trabajador Municipal Archivo Histórico - Tercer Premio del 14° Concurso SIN PRESIONES Expresión escrita de lxs trabajadorxs Organizado por el ISLyMA , 24 de agosto de 2023
El Jurado expresó: Este relato es una posibilidad para darnos cuenta de las tramas de la violencia, el miedo y las búsquedas de una trabajadora para vivir los derechos que le arrebatan en cada situación que la colocan en territorio vulnerable.
La imposición de tareas sin criterio, la precariedad en las relaciones laborales, la enfermedad, la depresión y un jefe violento que grita y vulnera sus derechos y con ello la vida misma. El miedo de los compañeros/as de trabajo que los silencia frente a estas injusticias y deja en soledad a quien es violentado por la “autoridad”.