TITULO: SIN VUELTA
No fue fácil irse. Él nunca se dio vuelta aunque sabía que la vieja estaba allí, detenida en su nuca, con el delantal apretado entre las manos ayudándose a retener el llanto.
El taxista, acalorado, de pie, le hacía señas dando golpecitos en su reloj pulsera,
_Mirá que no te van a esperar, Juanito, que por aquí pasan como de favor…
Era cierto. Sólo había ruinas de la antigua terminal de ómnibus. En la infancia de Juan un digno movimiento de idas y venidas justificaba el cuidado del lugar. Ahora ya no, así que los choferes se desvían un poco de la ruta y se detienen frente a un banco de madera, que gracias al alero se ha preservado de la inclemencia tanto de las lluvias como del verano chaqueño.
_ Le quieren ganar al tiempo…Tan apurados andan…_ lamentó el taxista.
Sí, tan apurados que no hay la oportunidad del cortejo familiar ni vecinal para los que se van. Y las valijas así nomás se cargan en el taxi Juan recuerda haber llevado con alegría la valija del tío cuando se fue a Buenos Aires, una valija casi más grande que él, siempre bajito, flaco, con escasos nueve años. Pensó qué habrá sido del tío, que le perdieron el rastro.
Ahora el muchacho viajaba con poco, apenas una valija marrón con lo imprescindible. En unos meses pagaría una encomienda con algunas ropas y objetos domésticos. Pero eso cuando tuvieran donde vivir con Rosa. Mientras tanto él estaría con Tono, su primo, y Rosa continuaría viviendo en casa de los patrones. Tono era el que los había entusiasmado para intentar un futuro en Buenos Aires, donde él estaba desde hacía casi un año. Trabajaba en la construcción y le aseguró un lugar a Juan en la misma empresa. Rosa había viajado dos meses antes y trabajaba “cama adentro”.
Así Juan se iba del pueblo, tratando de no mirar atrás. Sin el hijo pero ambos esperanzados en poder llevarlo poco tiempo después a vivir con ellos. Mientras tanto lo cuidaría Giovana, la abuela materna. Y también doña Erminda, la madre de Juan, que haría su parte.
Una rama golpeó la ventanilla del micro y sacó del ensueño a Juan. Su sobresalto hizo sonreír a un pasajero cercano. Juan se sintió burlado y desvió la vista del desconocido. Tono le había advertido con su nuevo vocabulario de porteño: “Salame, no dés bola si te dicen algo. Y no saqués guita delante de nadie (sic)” .
Al llegar a la terminal de Retiro el muchacho se sintió muy agitado. Temía que su primo no estuviera esperándolo. Fue un alivio ver el rostro amigo de Tono en medio de la gente.
Aún antes de saludarlo, le presentó a un señor canoso bastante mayor que ellos que lo recibió con amabilidad.
_ Él, es el señor, Don Carlos, el patrón .
El pasajero que se rio del sobresalto por el ramalazo en la ventanilla se acercó a ellos. Era otro futuro trabajador.
Juan deseaba abrazar fuerte a Rosa. ¡La había extrañado tanto! Pero el encuentro fue recién el sábado después de mediodía.
_La vieja no perdona, que quiere que vuelva hoy de noche porque hace cena con tres amigas. Dice que no tiene la culpa de que vos llegaras justo ahora …, que ella no rompe un compromiso así como así.
_ Donde manda capitán no manda marinero_ se rio Tono.
Ambos acompañaron a Rosa el sábado a la noche de regreso a la casa de los patrones en Vicente López.
_ No es mala la vieja ¿sabés? Es cómoda_ aclaró la chica viendo que no había cómo calmar el enojo de su novio.
_ Cortala primo. Si la echan ¿Qué hacemos?
Rosa era bajita y de piel oscura, hija de Don Rivaldo, un paraguayo que iba y venía entre El Chaco y Paraguay. Giovana, la madre, había nacido de un matrimonio de agricultores inmigrantes de Italia que fueron a la provincia a trabajar la tierra. Rivaldo se casó con Giovana a pesar del un retraso mental muy evidente de la muchacha. Él decía que para esposa bastaba que atendiera la casa y los hijos. En verdad estaba fascinado por su piel blanca y sus hermosos ojos claros.
La empresa constructora postergó un chequeo de salud para los nuevos. Sería para más adelante.
_ Para no tener sorpresas el médico hace el examen_ les repitió dos o tres veces Don Carlos como una advertencia de que si encontraban algún problema de salud no iba a haber contrato.
La decisión de la empresa de que comenzaran a trabajar después de una cortísima preparación se debía a las fechas que apuraban el avance de la obra.
Tono les dió algunas informaciones a los tres o cuatro nuevos durante dos jornadas, y el miércoles Don Carlos le dijo a Juan que ya podía trabajar sin las indicaciones del primo. Ese día el muchacho llegó radiante con el anhelo de hacer las cosas bien para no perder el trabajo.
Puerto Madero lo había asombrado. La altura de los edificios, el río, la gente, los embotellamientos. Pensó cuánto le gustaría trabajar de mozo en esos restaurantes, mirando el cielo tan azul si tenía la suerte que le asignaran las mesas de la vereda.
Tono le dijo que ese día era necesario que bajara a la zona del estacionamiento, en el subsuelo. Habían hecho una enorme excavación y un techo con varias columnas de sostén. Otros operarios trabajarían en el piso de arriba. Una vez abajo, Juan se sintió sin aire entre el calor, el polvillo y el encierro. Pero no quería pasar por “mariquita”, que eso le habían gritado a Pedro, que sufría vértigo y que Tono le contó que el capataz lo tenía entreojos y estaba con ganas de “echarlo a patadas” (Sic).
Cuatro trabajadores junto con él y con Roberto, el hombre del ramalazo en la ventanilla del micro, se preparaban para alisar y colocar el piso.
Rosa lo llamó en ese momento pero no había señal. Juan probó desde un rincón y pudo enviarle un aviso de que se comunicaría en el horario del almuerzo.
Roberto le hizo un gesto para recordarle que no se sacara el casco. Juan respondió que le agradecía y se quedó pensando si este hombre lo veía demasiado joven y tal vez inexperto. Siempre lo habían fastidiado con que aún parecía un adolescente.
El trabajo en el subsuelo le produjo una sensación de atrapamiento, y volvió a pensar en cómo le gustaría ser mozo de un restaurante y que mejor si era caro porque en esos lugares, según le habían dicho, pagaban buenos sueldos y los clientes daban mucha propina.
Un estruendo los alarmó.
Una lluvia de piedras, cemento, ladrillos empezó a caer sobre ellos desde un boquete que se iba agrandando en el piso de arriba.
¡Por Dios! ¡Insoportables esos gritos bestiales!
Juan vio caer a uno de los hombres bajo el peso de la columna central que se desmoronaba. Se acercó para ayudarlo y sintió que las nubes densas de polvo le impedían ver.
Poco a poco un silencio espeso, extraño, coagulado se hizo dueño del lugar. La maquinaria que montaba Tono había abierto aún más el agujero y caía sobre Juan, y también aplastaba a Roberto y abatía definitivamente aun al muchacho que Juan había intentado asistir.
Luego la secuencia de los bomberos, las sirenas de las ambulancias, los médicos, el horror. Juan reconoció la voz de Tono gritando su nombre. Quiso responder y no pudo. El polvo le tapaba los orificios de la nariz. No sentía las piernas bajo el enorme peso de la maquinaria.
Cuando lo rescataran _ pensó_ iría directo por el trabajo en el restaurante que era más seguro. Le tendría que explicar a Tono que no iba a quedarse en la empresa.
Ya no sentía los escombros sobre su cuerpo.
¡Qué alivio!
Veía las mesitas del restaurante sobre la vereda y el cielo de Buenos Aires tan azul como el de su pueblo.
El derrumbe se produjo porque las columnas cedieron ante el peso de la maquinaria. Unas horas más tarde se empezó a hablar de malos cálculos. También del mucho apuro de la empresa para finalizar la obra.
Se inició una investigación sobre el porqué de ese apuro. Resultó obvio que la empresa temía que pararan la obra porque la construcción se estaba levantando en un enorme predio destinado legalmente a ser espacio verde.
La venta se había hecho “desde el pozo “ y los reclamos no tardaron en llegar. Algunos diarios destacaban la indignación de los que invirtieron confiados en la seriedad de la constructora. Y alentaban para que se diera una batalla judicial.
Los que venían luchando para que la ciudad no perdiera ese espacio verde frente al río agregaron a su reclamo una pancarta: No fue accidente, fue HOMICIDIO.
María Cristina Beovide – Buenos Aires – Lic. En Psicología y Sociología
Relato del 12° Concurso Sin Presiones Expresión Escrita de lxs Trabajadorxs
Organizado por el ISLyMA – Córdoba setiembre de 2021
EL JURADO EXPRESÓ: El relato nos muestra a flor de piel cómo la crisis fue generando invenciones de sobrevivencia. Jóvenes y desarraigo. Situaciones no deseadas no elegidas, esconden realidades forzosas “Juan se iba del pueblo a la gran ciudad tratando de no mirar atrás” Dejaba atrás los ojos de los otros, su hijo, su madre, sus afectos en los que se reconoce. La pregunta: ¿Qué posibilidades de inclusión laboral puede tener Juan en un contexto totalmente adverso? Signado por la condición de precariedad. Juan soñaba con ser mozo. Juan trabajó en la precariedad e ilegalidad de las empresas constructoras. El Polvo tapó todo. Sirenas. Reclamos. Investigaciones. Deberíamos gritar ahora mismo por todos los Juanes. SON HOMICIOS CULPOSOS.
Excelente trabajo. Muestra una realidad cotidiana para quienes asistimos a los negocios inmobiliarios de la ciudad.
La vida no vale, solo la ganancia. La ciudad encandila sin ofrecer nada.
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