Primera hora
Terminaba junio y sentía en el aire la soledad de los desamparados.
Tenía el privilegio de una ducha caliente para cortar el sueño que no me dejaba comenzar la rutina. Una taza de café y tostadas de ayer acompañaban mi lento despertar.
Ya transcurría el día veinticinco y mis ahorros no alcanzaban ni para el colectivo de ida al trabajo, había entrado en un círculo vicioso de realizar reemplazos en los hospitales del estado y cobrar dentro de quien sabe cuándo.
Por ese entonces vivía en casa de mis padres y para llegar al Hospital de Niños debía caminar una hora y cuarto. Me despertaba tipo cuatro y media de la madrugada para poder llegar a las seis menos diez aproximadamente.
El frío secaba mi rostro y los zapatos medio gastados no estaban hechos para semejante caminata, odié el clima, odié el invierno, y a cada uno de los colectivos que pasaban como burlándose de mi pobreza.
Llegaba al Hospital y comenzaba a preparar el material para los niños que ya estaban esperando para la consulta de hematología, entonces, ellos madrugaron más que yo – pensé.
Mi humor estaba como el tiempo, mal, pero los niños te cambian la vida en un segundo.
Soledad Medina tenía una sonrisa enorme, dientes grandes como de conejo y unos ojos de muñeca. No podía ver su belleza porque tenía el rostro hinchado por la quimioterapia, un pañuelo gris cubría su vergüenza y las manos lastimadas permanecían cerca de su boca.
Ella y su madre venían de Ledesma que queda a dos horas de viaje hasta llegar a Jujuy capital, por supuesto que debieron tomar el último colectivo de la noche y dormir en la terminal para llegar siempre a primera hora.
Habíamos encontrado un punto en común ya que desde que había entrado a ese servicio decoré con dibujos para que se sintieran a gusto y no sea tan “hospital”. A ella también le gustaba dibujar y siempre me traía cosas nuevas. Fue la decoración más hermosa de toda mi vida.
Por alguna razón debía estar allí para recibir a esos niños y darles lo mejor de mi trabajo, punzar esas manitos era tan difícil y duro que te hace replantear tu profesión. Los niños me eligieron y no dejaban que otro los tocase.
Una punción con lanceta en el pulpejo del dedo para una extracción de sangre en tubos capilares, frotis sanguíneos en portaobjetos para las coloraciones y la medición de la hemoglobina en un hemoglobinómetro.
El tiempo pasaba, pero ¿qué es el tiempo para todos nosotros que lo malgastamos en mirar televisión o simplemente dormir?; en cambio para estos niños el tiempo era precioso y solo podían usarlo para soñar y escuchar promesas de sus padres.
Soledad estaba quieta acurrucada en la falda de su madre esperando la próxima dosis de quimioterapia.
Mi juventud no permitía darme cuenta de lo que estaba viviendo, poco a poco descubrí el dolor de las personas y no me refiero al dolor físico sino al que provoca la desidia, la injusticia y la maldita contaminación ambiental.
Luego de la consulta con la doctora, pasaron a sala pues quedaron internadas.
No podía entender como esa madre soltera lograba soportar y reponerse para atender a su hija. La conocía desde abril y no hablaba mucho, todo lo que sabía era por su hija.
Sus defensas estaban bajas y muy anémica por lo que le indicaron una transfusión de glóbulos rojos y seis unidades de plaquetas.
Mientras su mamá fue a la capilla del hospital como siempre, me quedé cuidando que pasara la sangre.
¿Tienes miedo? – me preguntó Soledad.
Con tan solo nueve años descubrió el dolor y ganó una fortaleza increíble, siendo ella quien consolaba a su madre.
Me contó que su mamá trabajaba en una finca tabacalera y que le pagaban muy poco, a veces cuando no terminaba recibía mucho menos, por eso ella debía ayudar. Su tarea era recoger las hojas de tabaco y ponerlas a secar en los hornos.
La gente pudo haber prejuzgado a su madre por hacerla trabajar pero ignoraban que si no lo hacía no tendrían para comer. Pero nadie hacía nada por todos los niños que trabajaban en las plantaciones de tabaco exponiéndose a los agroquímicos con terribles consecuencias.
En una charla con la doctora me dijo que los casos de leucemia estaban aumentando y más en esa zona, cree que el contacto reiterado con este tipo de sustancias altera su nivel inmunológico y coincide con la aparición de leucemias.
La medicación la durmió y sin querer quedó sujetándome la chaqueta. Miraba sus manos maltratadas por el trabajo y ahora por los pinchazos. No encuentro explicación a tanta injusticia, por qué un niño debía trabajar para poder comer y por qué una madre entraba en un juego pernicioso del trabajo en negro. Vi que mi mala suerte no significaba nada para estas personas, puesto que mi salud no corría peligro. Simplemente lloré por haber sido tan desagradecido y quejarme por el viento, el frio, y los colectivos que no podía tomar.
Soledad me enseñó que no puedo quejarme de lo maravilloso de la vida.
Sí, tengo miedo – respondí a la pregunta que me hizo anteriormente con voz suave para no interrumpir su sueño.
Esa misma noche Soledad partió.
Autor: Miguel Toconás (Trabajador de la Salud Institución Privada) Ciudad de Córdoba
El Jurado expresó: “Emocionante relato de la cotidianeidad en los hospitales públicos, la injusta distribución de la riqueza, la crueldad de los agrotóxicos en la salud de les niñes y jóvenes, el miedo -más que a la vida- a tanta injusticia. Es Un relato sencillo que conserva la fuerza en el planteo y el remate. Dialoga con mucha claridad entre su propio trabajo de enfermería con el trabajo de la madre de la paciente y la propia paciente. Trabajo infantil, contaminación por agrotóxicos, precarización laboral son descriptas con palabras simples y contundentes. Primera Hora es una historia y tiene un final impecable. “
9º Concurso Sin Presiones Ciudad de Córdoba, 27 de julio de 2018