Un relato muy llegador que nos hace sentir presentes en tiempo y espacio con la protagonista. Moza de un Bar. Las zapatillas nuevas como metáfora del sentirse cómodo, liviano y a gusto al menos en esporádicos momentos del trabajo. Destaca la importancia de las relaciones interpersonales en el trabajo al tiempo que enumera aspectos negativos y de exposición a riesgos de su tarea. Deja flotando en el aire pistas acerca de quiénes son “ellos”, los que le dan buen trato.
Seudónimo: ALMA
Melanie Nieniec – Ciudad de Córdoba..
TERCER PREMIO:
* Título: “Ellos”
Hace poco que trabajo de moza. De 8 a 16 en un bar–comedor . Mi lugar de trabajo queda al frente un hospital público, por lo que la mayoría de los comensales vienen antes o después de visitarlo.
El salón es grande, y ocho horas yendo y viniendo sin parar (además con unas zapatillas sin plantilla) cualquiera puede imaginar que es agotador para el cuerpo. Y hasta algunos pueden pensar que para la cabeza también. Y sí.
Pero no para el alma.
Son ciertos los gritos, los murmullos, el malhumor de algún bebedor de café matutino, los “hola, buen día señora” sin respuesta, las apuradas y el dolor de cintura.
Pero a veces aparecen ellos.
Ellos están materializados en cuerpos comunes, algunos más viejos que otros, algunos más cansados que otros.
Entran sin avisar. Al comienzo parecen gente normal.
Ellos llegan despacio, se sientan despacio, miran todo como disfrutando poder ver. Huelen el aroma a café fresco como disfrutando vivir.
Los veo desde lejos al principio, espero el tiempo justo a que decidan el pedido.
Yo los miro con temor, con incertidumbre y a veces hasta con angustia.
La veo a ella, con un pañuelo de seda bellísimo en la cabeza.
Hace poco que trabajo acá, pero ya conocí llantos, enojos con el mundo, lágrimas silenciosas, agotamiento y refunfuños.
Por eso agarro la bandeja con resignación.
Pero cuando los veo de nuevo (y los veo, no los miro), veo que son unos de ELLOS.
Él tiene las manitas transparentes y delicadas de ella entre las suyas. Las acaricia. Las besa. En sus ojos hay tal adoración que ilumina todo el bar y opaca el grisáceo de la ciudad. En su media sonrisa hay tanto amor que, si el mundo fuera justo, alcanzaría para acabar con todo el sufrimiento.
Y hay tanta esperanza en la forma en que se miran, que ya no agarro la bandeja con resignación y miedo. La agarro con fuerza, sonrío y me acerco, deseando que mi luz los traspase también.
Cuando me paro al lado de la mesa, mi “Buen día señores” al fin tiene respuesta. Y respuesta con sonrisa incluida. Y uno creería que gastan fuerzas en esa sonrisa sin sentido, pero no, al contrario, parece que la recuperan cuando se las devuelvo.
Sin soltarse las manos, se miran para decidir. Ya se conocen mucho, no tardan nada.
Piden y siguen sonriendo, agarrándose a la vida. Yo me voy, también sonriendo.
Y los pies ya no me duelen. Los miro desde la barra (mientras preparo el pedido) y ya no siento no tener plantillas. Y ya no tengo sueño. Y toda mi concentración está en ellos y en sus alas que no se ven.
El pedido está listo. Lo llevo a la mesa, lo dejo despacio para que no se caiga nada, no puedo fallarles. Hago algún chiste con que soy “la nueva”, si les robo una risa, soy feliz.
Ellos solo se sueltan las manos para comer.
Otra vez en la barra pienso en que ella parece una bailarina de cristal y él su soldadito de plomo, pero de plomo cálido. Ella sabe del amor que la protege, y creo que es lo que más la ayuda.
Las demás mesas pierden sentido cuando entra gente como ellos.
El trabajo es agotador, eso no cambia.
Pero cuando te contagia las ganas de vivir, ocho horas se pasan entre cortado y dos medialunas.
El trabajo, para mí vale la pena cuando te hace sentir que tenés zapatillas nuevas.
ALMA
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