Me encantaría decir que esta es la historia de la amiga de una amiga, pero para mi poca suerte es la mía.
No lo voy a negar soy una mujer atractiva y mas de una vez eso ha tenido alguna ventaja incluso para conseguir trabajo. Esta científicamente comprobado que las personas atractivas consiguen mejores puestos y son contratadas con mayor facilidad que aquellas que no cumplen con ciertos estándares estéticos.
Sin embargo, jamás pensé que podía ocurrir lo que paso esa tarde lluviosa de julio.
Recuerdo haber mirado la ventana y pensar: si corro y me tiro desde un cuarto piso ¿me lastimare mucho?
Trabajaba hacia tan solo un poco mas de seis meses desde que conocí a mi jefe que me parecía algo desubicado, pero como en mis empleos anteriores siempre estaba entre mujeres llegué a pensar que los hombres machistas y que pasan los cuarenta eran todos iguales, que este era tan solo otro más.
Hugo, mi jefe, siempre tenia la costumbre de llamarme a su oficina para pedirme cosas tontas, siempre tome esas actitudes como una forma de desprecio puesto que mi oficio de secretaria abarcaba obligaciones mucho más complejas que servir café o alcanzarle papeles de la copiadora. Sin embargo, esa voz interna, que tenemos todos los oprimidos del sistema neoliberal, siempre coreaba “este es mi trabajo”, “es todo lo que tengo”,” la calle esta dura así que tengo que cuidar esto”.
Siempre intente dar una sonrisa y buena cara a sus idioteces, aunque seguía sosteniendo que no podés tener una empleada para que te alcance una lapicera que tenes al lado de tu mano.
Esa tarde me llamo como siempre, me dijo que teníamos que hablar. Hugo llamo a mi interno, y yo estaba sumida en otras cosas por ende tarde un poco más de lo común en acudir a su demanda por ende me vino a buscar y fuimos juntos a su oficina.
Entramos, yo esperaba que arrancara el discurso de que nunca estaba lista para que ordenemos su despacho juntos o que siempre le prestaba atención a los pedidos de los otros socios pero no, esta vez comenzó a preguntarme que porque llevaba ese escote y si era para mirarlo.
Me quedé atónita ante tal pregunta y le dije que era la primer remera que había sacado del cajón. Desde mi perspectiva no tengo busto y un escote en “V” es algo que no me favorece y mientras digo esto pienso ¿Por qué tengo que aclarar esto? Tal vez porque estoy acostumbrada a vivir el acoso como algo normal y encima a sentir culpa y para librarme de ella a tener que explicarme.
No se bien como es que me escape de su mirada, le pregunte que para que me había llamado y se me acerco y me empezó a decir que tenia que pagar unas cosas, saco del cajón de su escritorio un fajo de plata y como siempre hago chistes le dije -uh para mi ¡gracias! Me viene al pelo y comencé a reír.
El dejo la plata sobre el escritorio se me acerco y abrazándome, estrechándome con fuerza contra su cuerpo y me dijo- ¿y vos cuanto queres? Como siempre me abrazaba a mí y a las chicas que trabajamos con él yo me lo tome como una broma, me reí y me intente alejar, pero el apretó su brazo y no me dejo salirme.
Yo ya prácticamente contra la puerta con toda mi cara de muerta de miedo, en mis ojos despertaba el horror. Entre mis confusos pensamientos solo quería huir volver a casa y que nada de eso estuviera sucediendo. Comencé a pensar que no había mejor defensa que un ataque, ¿le pego y después renuncio? ¿salgo corriendo ahora?
Estaba en blanco solo quería irme, Hugo se percató de mi incomodidad y mientras se acercaba puso traba a la puerta de la oficina.
No me soltaba, solo me abrazaba más, besaba mi mejilla y me tocaba las costillas como haciéndome cosquillas.
Le dije que me soltara que estaba poniéndose pesado y que me tenia que ir a pagar. El seguía molestándome y repitiendo que cuanta plata quería yo.
En eso mi mente se murió, solo reaccione lo empuje y le dije -Salí de acá chabón que pesado, dale déjate de joder que me tengo que ir. ¿¡Abrime la puerta que haces!?
Definitivamente nada de lo que pasaba ahí adentro era broma. Él me miro completamente extrañado, realmente parecía que no hacia nada malo que la desubicada era yo porque el solo estaba “jodiendo” yo era la “mala onda” que “no entendía un chiste”.
Agarre la plata dije ya vengo saque la traba y me fui.
El resto del día fue normal, Hugo se fue temprano como siempre.
Yo quería llorar, renunciar, denunciarlo no se parecía estar en otro mundo solo cumplía con mis tareas y esperaba irme. Y él obvio como si nada, de hecho, luego de irse mucho más temprano que yo, me llamaba y me pedía cosas como si no hubiera pasado nada absolutamente nada.
Me encantaría contar que fui una heroína ese día, pero en realidad seguí trabajando un año mas en el mismo lugar hasta que pude hacer otra cosa, fueron muchas situaciones las que me llevaron a seguir ahí. Eso si cambié completamente de actitud, antes era una secretaria adorable porque para mi todos eran buenos y siempre fui muy amigable, sobre todo con los varones. No sé porque, pero siempre me cayeron mejor (casi todos mis amigos son varones), pero ahora todo había cambiado, alguien a quien yo consideraba un “tipo bien” un “hombre de familia” me había acosado y con total impunidad porque total ¿yo que iba a hacer?
No sé si mis acciones fueron las mejores, simplemente me convertí en fría y calculadora, dejé de ser amable y le impuse la ley del hielo, le hablaba solo por obligación y evitaba a toda costa quedarme cerca de el sola. Y nunca más fui a trabajar de escote.
Esta es una historia real, no paso en Nueva York ni en una película de Campanella, fue aquí en las oficinas de Córdoba donde alguien me demostró que ser mujer y linda puede ser una suerte o un pecado.
Ana Fedra Toleda - Secretaria de Estudio Jurídico – Ciudad de Córdoba
El Jurado expresó: Un relato crudo, sin rodeos, muy bien contado, a punto de mantener perfectamente la trama argumental hasta el final.
Aborda la problemática actual de la violencia de género en los contextos laborales.
Desviste al abusador, al canalla, sin caer en frases hechas, al contrario, describe las escenas y las emociones con sencillez y firmeza para lograr hacer comprender la violencia física, psicológica y económica en pasajes como: “…mi mente se murió…”, “…quería llorar, renunciar…pero seguí trabajando un año más…hasta que pude hacer otra cosa”, “…nunca más fui a trabajar de escote.”
Que relato!!! Me encanta