RELATO : 11° Concurso “SIN PRESIONES” Expresión Escrita de lxs Trabajadorxs

RELATO : 11° Concurso “SIN PRESIONES”                                                        Expresión Escrita de lxsTrabajadorxs

 

images                        Título:  CUALQUIER VINO SERA BUENO

En las despedidas de año, todos levantamos la copa esperanzados en un porvenir venturoso y con miras a la superación; a ésta en especial, se agregaba la expectativa de recibir una soga que nos socorriera de una recesión.

En el ámbito laboral la apuesta se redobló, por ser la fuente donde los trabajadores extraemos con denuedo lo que luego transformamos en la cobertura primordial de nuestros hogares, y si queda resto, para las emergencias que requiera la sociedad. Por eso a esta especial celebración se la espera la mitad del año y la otra mitad se la recuerda; al igual que el día del trabajador telefónico, las dos festividades del santoral del gremio. La primera pertenece a los compañeros cercanos, los que tomamos servicio en el mismo edificio a diario. La segunda es organizada a nivel sindicato, y lo destacable es juntarnos cada año con gente de otras oficinas, divertirnos y pasar a menos ratos con la gran familia.

Vuelvo a la despedida porque tiene la singularidad de ser local, de encontrarnos para disfrutar el festejo y quitarnos el yugo en esa ocasión, de fomentar puntualidades y el folclore del grupo. El grupo operativo es el brazo de la empresa, como quien dice los soldados que estamos en la trinchera. Y lo que nos tiene a mal traer de un tiempo a esta parte es el fuego amigo. Entendemos que una empresa que se dedica a las comunicaciones, que devino en proveedora de conectividad e internet, esté continuamente actualizando procedimientos y cambiando paradigmas, pero los que estamos en la línea de fuego necesitamos que desaparezca el desfasaje entre la teoría y la práctica, que siempre se trata de ocultar. Llámese teoría a los soportes con que contamos los técnicos que estamos reparando averías en la calle; llámese práctica a las caídas de sistemas, a la falta de materiales o elementos, a la falta de respuesta inmediata ante una situación de desborde, de imposibilidades reales de una persona trabajando sola y de quien los clientes esperan la solución perfecta. Llámese malestar del personal técnico, a la suma de nuevos modos que confluyen a la intención de engrosar las responsabilidades del último orejón del tarro por la misma plata. Se diría que encima de un técnico que va a reparar un servicio de internet, hay unos diez inventores de sistemas, controladores de calidad, de atención, medidores de tiempos y formas, encuestadores, etc., todos pesando en el morral de herramientas del que va a dar la cara a donde está el problema; complicando la tarea de solo conectar lo que perdió conexión, en desmedro de la cantidad de clientes que esperan su turno. Si funcionara nuestro respaldo a la perfección como en las altas esferas creen o quieren creer, y si fuésemos acreedores de un plus acorde por la sobrecarga de autogestionarnos, con sinceridad no habría tanta tensión; pero como es difícil que ocurra y a la postre es la única forma de manejarnos en la evolucionada actividad, muchas veces pensamos que nuestros generales nos mandan a la guerra con pistolas de cebitas. Los días citados de festejo son sanadores, para desentenderse por completo de estas presiones y broncas acumuladas.

Distraídos entre resoluciones diarias y el pulso estival, quizás nos hayamos tomado a la ligera las noticias sobre la transmisión de un virus, de murciélagos a pangolines que fueron almorzados por el hombre, y que había mutado en él para esparcirse a toda carrera al género (dada la incontenible conducta global). A lo sumo los más pesimistas decían “esperemos, que ya nos va a tocar el mismo baile”. Después que el virus de origen chino aterrizó en los aeropuertos de todo el mundo, recién la OMS declaró la pandemia. Tomadas las medidas sanitarias en nuestro país, sobrevino un estado de alerta ante la condición de pertenecer al grupo de actividades esenciales. Abundaron posiciones entre compañeros, más por temor y apuro de ver resguardada la salud social y propia. Hasta unificarnos y conseguir un acuerdo sobre la metodología de trabajo que proteja la sanidad general, de manera organizada, que fue avalada por la autoridad competente en salud. Un punto destacado fue la sanitización ambulante, por medio de la demanda de kits personales (alcohol en gel, barbijos, spray de alcohol etílico al 70%, papel descartable); y el fundamental: no ingresar a los domicilios de los clientes, agotando los medios al alcance para dirigir arreglos simples desde la puerta o ventana. ¿Adónde estaban los cráneos que eran peso muerto en nuestro morral, que no atendían a la necesidad de disminuir nuestros riesgos de salud? Engordando en sus casas, creando nuevos collares de sandía en modo home office, para que nosotros estrenemos luego… pero la culpa no es del chancho, dicen.

Uno se fija en cosas que antes no se fijaba, porque antes chorreaba y no goteaba como ahora, en cuestiones laborales y económicas. Antes se trabajaba sin preocupación, pero hacía un tiempo que el rubro venía signado por cambios en políticas globales. Con los años de antigüedad, con la experiencia de intentar resistir a ser siempre la variable de ajuste, venía la curiosidad de entender por qué la patronal no quería invertir en solucionar las cuestiones prácticas de los clientes, si uno lo veía, uno era el termómetro de las necesidades poco satisfechas. Pero no, preferían desviar presupuesto en enredadas consultoras, auditorías, estudios de marketing y otras cuestiones. Sí señor, la desinversión nos preocupa a los empleados, porque queremos que a la empresa le vaya bien y en consecuencia a nosotros sus dependientes, y si le va muy bien tal vez haga falta la incorporación de nuestros hijos. Nuestro hijo será cualquier joven que ingrese para agrandar la familia (una vez lo fui), luego del bautismo de iniciación impartido en alguna fecha de nuestro santoral. A pesar de ello, de manera injusta y falaz, todas las veces a los trabajadores se nos tacha de insensibles a las estrategias de la empresa.

Disgregados de la toma de servicio, el que podía guardaba la unidad móvil en su domicilio. También se escalonaron horarios de entrada y salida para aquellos que no tenían la posibilidad, así evitar aglomeración y contagios. Sin embargo nos mantuvimos unidos más que nunca mediante el grupo de WhatsApp, donde diariamente teníamos el encuentro virtual.

Las renovaciones del período de aislamiento social se sucedían y allí estábamos nosotros, conectando, no señales ni datos sino a personas. Tendiendo redes para que muchos puedan seguir con su trabajo o comercio, controlando industrias a distancia, para que estudiantes y docentes de todos los niveles continúen su progreso. Ni hablar de mantener enlaces entre centros de aislamiento, organismos de salud y coordinación gubernamental para el seguimiento, tratamiento y control de la pandemia.

Desde el costado humano son impagables las sonrisas de los clientes a los que llegamos a solucionar la conexión, los agradecimientos en el momento; y al irnos, la satisfacción de saber que se quedan en la casa viendo por esa ventana abierta al mundo. En lo personal soy un agradecido por desarrollar esta actividad esencial, no me fijo en aquellos que gozan el sueldo con licencia ni en los que se avienen al teletrabajo; sí en los que tienen la desgracia de ver reducidos sus haberes por la suspensión parcial o total de su tarea, en los informales que quién sabe hasta cuándo serán capaces de reinventarse, y en los que perdieron el puesto por la inactividad de su sector. Porque todos los que se esfuerzan por mantener los servicios de la empresa nos dan de comer. A la espera del pico de la pandemia, algunos de nosotros fuimos sospechosos, licenciados y aislados. La balacera zumbaba cerca. Todo el mundo tenía al menos un conocido de primera mano positivo, un caído . El cuidado quizás no era por evitar transitar una enfermedad, sino por contagiar a alguien delicado de salud o a nuestros amados mayores. Y en un acuerdo implícito, la preocupación anclaba en la solidaridad al no permitirnos descuidos, porque un caído significaba la sobrecarga de los compañeros que continuaban al pie del cañón; así intensificamos la prevención para no vernos desbordados. Quedaron algunos servicios pendientes como daño colateral, culpa de nadie, en los que se hacía necesario ingresar al domicilio del cliente, y se reprogramaron para cuando esto pase.

Entre tanto bombardeo de números y estadísticas generales, se tenían noticias de compañeros de otros grupos, infectados y recuperados, esto hacía palpable la circulación del Covid-19, y al riesgo latente. Un ladero nuestro, de manera paradójica el más apegado al protocolo laboral, fue novedad al presentar síntomas y dar positivo al resultado del test. Sin dudas no se había contagiado trabajando. El apoyo y las expresiones de acompañamiento, intenciones verdaderas de prestar ayuda, sobraban en la conversación virtual que nunca se había interrumpido, pese al distanciamiento físico.

Reflexionamos acerca de cómo era posible que ocho meses antes viéramos lejana la posibilidad de transitar la enfermedad aquí, y uno de los nuestros la estaba padeciendo…sin embargo está en la naturaleza humana dudar de algo para comprobarlo por los propios medios. Con la experiencia verídica comprendimos el significado de “pandemia”, salvo que oír su fonética nos dolía en carne propia.

Como habían crecido las cifras de la pandemia, lo había hecho la información y la convivencia. Había gran cantidad de personas contagiadas a pesar de los cuidados y el virus se propagaba por lugares recónditos, era el avance implacable de la enfermedad según la proyección. Aceptamos que los cuidados eran para disminuir riesgos, como bien se dijo siempre, y no para evitarlos del todo. El método implementado para cumplir nuestra función, tuvo al principio objeciones desde compañeros más radicalizados (aducían que no debíamos salir a la calle, pero se bloqueaban de armonizar la postura con el hecho de la obligación esencial), por el temor que nos veamos reflejados en cómputos de otros países. Sin embargo, inmersos en el día a día, todos hicimos lectura de nuestra acertada estrategia, porque desde donde venían las malas noticias, no se aplicaba.

Por otra parte, nuestro dicho tradicional de épocas normales (ante alguna interna dada por intereses encontrados): “trabajamos comunicando a la gente pero nos falta aprender a hablar entre nosotros”; quedaba nulo, porque mantuvimos el férreo nexo cuanto más arreciaba la crisis. Alguno que dijo en tono de broma: “al primero que caiga con la peste en la central hay que cagarlo a palos”; se retractaba en su interior, dolido al evidenciar que el blindaje sanitario no impedía la mayor circulación viral.

Otro…y otro caído… pero así también los primeros estaban recuperados. La misma fortaleza grupal afloraba entrañable para apoyarnos y asistirnos. Faltaba mucho camino, pero lo bueno era entender adónde queríamos llegar. De tener que buscar una ruta alternativa, desviaríamos sin perdernos, y de alargarse los tiempos, seríamos afortunados de sabernos en carrera. Sin duda saldremos fortalecidos, con nuevas historias para contar en los asados, que es la meta anhelada para cuando nuestra gran familia sane, sane el país y sane el mundo, cuando se abran las tranqueras del confinamiento y podamos volver a reunirnos sin limitaciones. Porque si algo aprendimos, es que pedimos de más. En medio de la incertidumbre estuvimos impedidos de rondas de mate, de picadas y vermouth, del fulbito con el tercer tiempo. Cuando las pantallas de los smartphones nos transmitieron la esencia de los seres queridos que no podíamos estrechar, y se humedecieron los ojos en el consuelo de las videollamadas, allí se encendían los corazones al ver, aún a través de espesas lágrimas, la importancia de los afectos cotidianos. En esos instantes, los telefónicos percibíamos con estoico orgullo la impronta de nuestras tenaces manos.

Conociendo a mis compañeros, creo saber que estamos todos esperando como nunca volver a levantar la copa a fin de año, mirándonos sin mediar palabra, con la complicidad de viejos camaradas; apreciando grandiosas sencilleces que conocíamos en teoría, pero que la vivencia enalteció.

“¡Salud!”; será lo único que diremos, con real conciencia de su significado.

Luego vendrá el tumulto de todo lo que contuvimos.

Oscar Enrique Alvarado Verón                                                                                                                     Trabajador Telefónico – Área Asistencia Técnica                                                                                                     La Plata Provincia de Buenos Aires

 

Ha Participado del  11° Concurso “SIN PRESIONES” Expresión Escrita de los Trabajadorxs – Organizado por el ISLyMA – Córdoba 2020

 

El Jurado expresó:  Dinámico y transparente texto sobre el sentir de un trabajador telefónico, que nos hace entrar en los avatares del mundo interno de ese ámbito laboral. Atraviesa este relato un sentimiento de pertenencia y orgullo hacia el trabajo telefónico y su esencialidad, pero pertenencia aún más esencial hacia el colectivo de compañeros, fundamental para hacer del trabajo un mundo mejor, solidario, como nos transmite el autor;  en suma, recupera un sentido de valor propio por lo que se hace, que se ha perdido en muchos otros ámbitos, de saber que su tarea tiene un efecto directo, palpable, que se diferencia del sinsentido alienante que escuchamos tantas veces en el mundo laboral.

 

 

 

 

 

 

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